NO SE ADMITEN HAIGAS
Las plazas de aparcamiento que se establecieron hace medio siglo han quedado pequeñas. No es ninguna noticia de última hora: salta a la vista. En los parkings de los edificios los vecinos han tenido que hacer trapicheos para seguir aparcando sus nuevos vehículos en la plaza de propiedad. Y es que los coches han crecido exponencialmente. Los propietarios han forrado con telas gruesas las columnas, para evitar los arañazos en los laterales del coche o, como mínimo, reducir sus efectos. Algunos morros o culos de los automóviles salen ostensiblemente de los límites establecidos. Pero nadie dice nada, todo el mundo se aviene, porque mal de muchos, consuelo de tontos.
Fiat ha sacado un nuevo modelo de 600, que en cuanto a sus medidas no tiene nada que ver con el original, claro. Un caso similar a lo que pasó con el Mini, que entre modelo y modelo, acabará teniendo el tamaño de una furgoneta. Cuando vemos un 600 de los de antes, nos sorprendemos de cómo nos podíamos meter cinco personas ahí con todas las bolsas y paquetes. Porque es verdad que las nuevas generaciones cada vez son más rápidas, más altas y más fuertes, pero los que nos metíamos en aquellos 600 somos los boomers de hoy, que ya hacíamos el mismo volumen que hacemos ahora,
En los años sesenta, solo los potentados se podían comprar vehículos grandes. Entonces, el más popular era el Dodge, también conocido como “el coche americano”. Pero el Dodge ya tenía problemas cuando su propietario lo quería aparcar en un garaje convencional. En Barcelona, prácticamente en cada travesía había un aparcamiento público, que aprovechaba los interiores de las manzanas, entonces llenas de naves. Al lado de ese cartel, solían colgar otro: “No se admiten Dodge y similares”. El coche americano ya tenía entonces las dificultades que hoy tienen la mayoría de los coches con las plazas de aparcamiento. Por ello la bravuconada de entrar en un concesionario a comprar “el más grande que haiga” había que acompañarla de la disponibilidad de un lugar generoso para guardarlo. Hoy ya todo son haigas, o sea que el número de bravucones ha aumentado exponencialmente.
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