El grupo británico Supertramp tituló uno de sus discos como: “Crisis? What Crisis?” La portada del álbum, que este año cumple medio siglo, muestra a un hombre tomando el sol en una hamaca, pero no en la playa, sino en un solar industrial, rodeado de fábricas y chimeneas humeantes. Esta desconexión entre la realidad circundante y el relax del individuo en bañador puede servir como metáfora de lo que hemos vivido y seguimos viviendo entre la crisis climática que hemos creado y la pasividad con la que actuamos ante la misma. Senén Barro Ameneiro en el diario.es.
Hace décadas que la comunidad científica viene informando y alertando sobre lo que se nos venía encima como consecuencia de las alteraciones del medio por la acción humana. Durante ese tiempo la ciencia ha incrementado las evidencias de que el incremento en la emisión de gases de efecto invernadero está calentando el planeta. ¿Qué han hecho los gobiernos, las empresas y nosotros, usted y yo, al respecto? Casi nada. Priorizar las ganancias económicas frente a los beneficios reales nos ha llevado y nos sigue llevando por la calle de la amargura; el aumento de la temperatura global y los incendios y fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más frecuentes, son pruebas incontestables de que la sostenibilidad y la vida en la Tierra están cada día más comprometidas.
Dicen que una rana en una olla al fuego se cuece antes de darse cuenta de que la temperatura del agua va creciendo hasta la ebullición. Pero la rana no sabe ni que el agua va a calentarse ni la causa, de modo que no podemos culparla por no saltar fuera de la olla antes de que sea demasiado tarde. Nosotros sí sabemos lo que está ocurriendo con nuestro planeta y la razón de ello. Además, hemos sido nosotros los que hemos puesto la olla al fuego, así que no tenemos disculpa.
Es cierto que la opinión pública tiene mucha menos responsabilidad que gobiernos y empresas, sobre todo por haber vivido con una desinformación intencionada, creada y fomentada por quienes realmente están ganando, o eso creen, al haber primado el beneficio propio y a corto plazo, sin importar el coste y el destrozo posterior.
Pienso que con la inteligencia artificial podemos estar viviendo algo semejante. Sí, soy consciente de que en muchos sentidos no son comparables, pero en ambos casos podemos pensar que prima el “a toda máquina”, ignorando los icebergs que puedan surgir durante la navegación.
¿Quién va a discutir los beneficios que nos han traído cada una de las revoluciones industriales? ¿Quién va a discutir los beneficios de las tecnologías inteligentes, capaces de automatizar tareas, optimizar procesos, mejorar diagnósticos médicos y hasta potenciar la investigación científica? Pero es que no se trata de cuestionar el sinfín de ventajas y virtudes de la IA sino de preguntarnos sobre la relación entre el coste y el beneficio de nuestras decisiones y para quiénes es casi todo el beneficio y para quiénes el coste. Si ganan unos pocos, casi siempre los mismos, y el resto perdemos, no salen las cuentas.
Paso de las musas al teatro poniendo un par de ejemplos. La automatización inteligente del trabajo puede causar una crisis de empleo sin precedentes, especialmente si no se implementan políticas públicas adecuadas de transición laboral, en educación y de amparo a los perjudicados. El impacto puede ser mucho más devastador que cualquiera de los vividos en el pasado, cuando sectores de actividad y regiones enteras quedaron relegadas a la insignificancia.
También la IA está creando y ensanchando brechas socioeconómicas, educativas o sanitarias. En particular, la concentración de riqueza y poder en unos pocos países, compañías y manos, no solo erosiona la equidad, sino que aumenta la tensión social y política.
La crisis climática evidencia como nunca la importancia de la regulación y la gobernanza global. El Acuerdo de París en 2015 ha sido muy importante, pero insuficiente y tardío. En relación con la IA no hay nada parecido ni previsto en el horizonte, aunque también aquí la temperatura comienza a subir.
No pongamos puertas al campo, dejemos que el mercado siga su camino, no dificultemos la innovación ni el crecimiento económico… no regulemos, no limitemos, no nos hagamos preguntas y no tendremos preocupaciones. Esto lo oigo y leo casi a diario para justificar que se deje que las compañías desarrollen la IA sin ningún tipo de control, salvo, si acaso, los de la autorregulación de las compañías y la ética mal entendida. Se trata de cerrar los ojos y disfrutar del agua caliente mientras nos preguntamos: Crisis, ¿qué crisis? o si hacemos caso a Neil Postman: Divirtámonos hasta morir.
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