Sorbamos unos gramos de alucinógeno, que la distopía va en serio. Convencido de que en cada canadiense se esconde un estadounidense esperando su liberación, el ejército de Trump empezará por el ángulo muerto de Canadá, penetrando por el lago Champlain y el río Richelieu. Capturará Montreal, pero será derrotado en su asedio a la ciudad de Quebec: las campanas de Notre-Dame-des-Victories movilizarán a los canadiens en un escenario extraño para los marines. Habrá muchos muertos –dos generales estadounidenses–, prisioneros y represalias canadienses contra los collabos trumpistas locales.
Sigamos con la ketamina. Los trumpistas, humillados, lo intentarán unos años más tarde –“será un paseo”, afirmará Trump– y quedarán todavía más escaldados. Apoyados de nuevo por algunos países europeos, los canadienses no sólo rechazarán la embestida, sino que penetrarán en territorio estadounidense y –en represalia por la destrucción de Port Dover, en Ontario– incendiarán Washington, incluida la Casa Blanca y el Capitolio (este último y alucinante detalle es necesario para que Netflix compre el guión de la serie).
¿Demasiada imaginación? Lo fascinante de esta entropía es que ya ha ocurrido antes, y tal como he relatado. “¿No quemaron ustedes la Casa Blanca?”, recordó Trump al canadiense Trudeau hace siete años en una tensa conversación telefónica... por los aranceles. Efectivamente, los dos intentos fracasados de invasión estadounidense existieron. El primero fue en 1774, con las trece colonias rebeldes intentando por la fuerza que Canadá –entonces esencialmente Quebec– se sumara al sueño americano . El segundo fue en la guerra anglo-americana de 1812, con Jefferson anunciando, en plan Trump, que sería “un paseo”. En la Casa Blanca aún quedan rastros físicos del incendio. Y el Capitolio no volvería a ser asaltado hasta que Biden ganó las presidenciales y los patriotas se rebelaron. “¿No saquearon ustedes el Capitolio?”, podría responder hoy Trudeau a Trump.
¿Fueron los canadienses quienes incendiaron la Casa Blanca? ¿O fueron los británicos, teniendo en cuenta que Canadá tardaría cincuenta y cinco años en independizarse del Reino Unido?. Dos siglos después de la quema de Washington, en el 2012, el entonces gobierno conservador canadiense lo conmemoró canadiensizando los hechos: “Hace doscientos años, Estados Unidos invadió nuestro territorio”, afirmaba la narración oficial, “pero defendimos nuestra tierra. Nos mantuvimos unidos y ganamos la lucha por Canadá”.
¿La ganarían hoy? Vaya a saber, pero lo más prudente para los canadienses sería no iniciar ellos la guerra. Sería dejar que sea Trump quien anuncie la invasión con un tuit tras apretar el botón de la Diet Coke, no sea que les pase lo de aquel chiste del primer franquismo:
–Generalísimo, ¿porqué no declaramos la guerra a Estados Unidos? Nos ganarán, incorporarán España a su Unión y viviremos fantásticamente, como en Oklahoma o Wisconsin –propuso la cúpula militar a Franco.
–No –respondió el dictador después de meditarlo largos segundos.
–Pero, ¿por qué, Generalísimo?
–Porqué... ¿y si ganamos nosotros?
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