En estos días de compulsivas comparaciones históricas, vamos a forzar una más, una que asocia el motín de Esquilache con los tapones pegados a la botella de plástico. ¿A que esto no se lo esperaban? Aquel motín fue uno de los episodios que han marcado nuestra psicología colectiva, o como se llame eso que tenemos en común. Recordemos lo ocurrido. En su afán reformador, un ministro italiano de Carlos III, el marqués de Esquilache, prohibió las capas largas y los sombreros anchos con el argumento de que permitían ocultar el rostro y las armas, amén de resultar de un macarreo incompatible con los aires de modernidad de la corte. Al hacerlo, hirió el orgullo nacional (¿se puede usar esa palabra al hablar del siglo XVIII?) y ocasionó una revuelta a la que concurrieron los nobles, el clero y el pueblo. La reacción ante aquella innovación extranjerizante forjó un inquietante ensamblaje espiritual y estético entre las elites y el pueblo llano que aún perdura a través de la estética de los toros y los majos.
Todo esto viene a cuento de la necesidad de medir las batallas reformistas, sobre todo cuando tropiezan con el malestar de la población, que suele aglutinar voluntades en torno a estímulos simbólicos. Quizá la comparación es forzada, pero los tapones pegados a las botellas de plástico, esos de los que se quejaba hace unos meses Rajoy, se han convertido en el nuevo sombrero de tres picos de Esquilache. De un Esquilache asentado en Bruselas al que se le atribuye compulsión normativa y se culpa de todos los males. Allí donde algunos ven un tapón a una botella pegado, otros ven el origen de todos los males empresariales. Y Bruselas ha reaccionado.
La memecracia que estimula las emociones populares ha logrado trasladar a todos los rincones de la sociedad a través de estos tapones la queja que desde hace año repetían sin mucho éxito las empresas acerca del exceso de burocracia. Una vez más, un meme vale más que mil discursos. Aunque no lo crean, muchas personas abren ahora las botellas de plástico con fastidio, conectando su malestar con un mensaje que se multiplica en los foros empresariales acerca de la necesidad de reducir, agilizar y simplificar la regulación que asfixia la competitividad europea. Tapones aparte, la reivindicación no es estrafalaria. Llega desde todos los ámbitos, incluidos los celebrados informes Draghi y Letta --celebrados hasta el capítulo en el que se habla de emitir 800.000 millones de euros de deuda al año--, y también desde organismos oficiales.
Tres ejemplos institucionales. En esta entrevista con Manel Pérez y Elisenda Vallejo, el gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, lo deja claro: “Las empresas necesitan menos burocracia y más seguridad jurídica”. No es el primer organismo que incide en el asunto. Hace unos días, el nuevo presidente de la CNMV, Carlos San Basilio, hablaba de “evitar la sobrerregulación” y aseguraba que la “simplificación regulatoria está para quedarse”. El plan de Illa para devolver a Catalunya al liderazgo económico de España (Make Catalunya Great Again in Spain) incluye una labor de “simplificación administrativa y normativa”, para lo que se ha creado una comisión ex profeso llamada Cetra (esto de las comisiones siempre ha despertado bostezos administrativos), informa Luis B. García.
En La Contra de La Vanguardia, Wolfgang Münchau, autor del libro Kaput. El fin del milagro alemán, decía lo siguiente hace unos días: “EE.UU. crea; China imita, y la UE regula. Somos campeones de la burocracia sin futuro”. Esta semana, por cierto, el presidente de Aena, Maurici Lucena, comentaba al presentar los resultados récord de la empresa que se halla enfrascado en el libro. La burocracia es un malestar que se repite país a país porque en Alemania Friedrich Merz ha ganado las elecciones con un programa en el que defiende entre otras cosas su reducción, cuenta aquí Mari Paz López.
El quejío llega desde todos los ámbitos. La burocracia es una queja recurrente de la automoción, especialmente de Volkswagen, Renault, Stellantis y Ford, que son los grandes grupos europeos y los que fabrican en España. Nótese que sin las subvenciones a la compra de coches eléctricos o a la producción a golpe de Pertes esta industria no levantaría cabeza. Sin embargo, las ayudas coexisten con la exigente hoja de ruta de Bruselas: este año se inician las multas por las emisiones de dióxido de carbono y en una década, en 2035, quedará prohibida la matriculación de coches de combustión, lo que a día de hoy se presenta como una quimera. Este año, sin ir más lejos, habría que duplicar las ventas de coches eléctricos, informa Noemi Navas. Mientras, las aerolíneas, con Iberia al frente en España, inauguran un nuevo frente contra las normas comunitarias que les obligan a incorporar porcentajes crecientes de combustible alternativo. Ya pronostican que la medida encarecerá los billetes de avión, asunto sensible para la noble aspiración popular de darse un viaje de vez en cuando y lucirlo en las redes sociales. Iñaki de las Heras, en la vanguardia.
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