Los jóvenes de la Europa del Este, como ahora en Belgrado y antes en Kyiv, Praga y Budapest, llevan 69 años luchando contra la tiranía. Los movimientos de base han puesto a los dictadores de rodillas. Por eso, Putin y Trump los temen tanto. Europa no necesita armas ni caudillos para derrotar a las tiranías. Los jóvenes del Este han demostrado que el ideal de igualdad y libertad que representa es aliciente más que suficiente para conseguirlo. Llevan 69 años luchando. Ocuparon las calles de Budapest y Praga durante el comunismo, derribaron el muro de Berlín y aceleraron el colapso de la Unión Soviética. Luego defendieron la democracia vestidos de naranja en Kyiv, escenario también del Euromaidán, el movimiento popular, emancipatorio y democrático de Ucrania que acabó de provocar la ira belicista del Kremlin. Ahora acaban de ocupar Belgrado. Ellos marcan el camino y son ejemplo de que otro futuro es posible. Son héroes en un continente post heroico, con mitos que no hayan sido derribados por jóvenes como ellos.
Mientras los líderes políticos de Europa Occidental hablan de ejércitos y se preparan para un duelo con Rusia, los jóvenes serbios, desarmados y valientes, combaten la tiranía en las calles de Belgrado. Trescientos mil denunciaron el sábado pasado al presidente Alexander Vucic, el alfil de Vladímir Putin en los Balcanes. La calle es el talón de Aquiles de las autocracias. Putin tiene tanto miedo a un alzamiento popular que ordena encarcelar al más inocente de sus críticos. Euromaidán le convenció de que debía invadir Ucrania para evitar el contagio democrático en Rusia. La calle nos habla de que Europa es cooperación y dependencia. Dependemos los unos de los otros. No estamos solos. Los jóvenes de Belgrado hacen piña, como la hicieron los de Kyiv para frenar la expansión rusa.
Europa no es expansiva. Es inclusiva. Le costó muchos siglos aprender que la libertad más genuina no necesita territorio y, por lo tanto, tampoco fronteras. La Europa colonial y esclavista, de imperios supremacistas lanzados a guerras de conquista y religión, sucumbió con la derrota de Italia y Alemania en la Segunda Guerra Mundial. A Putin y Trump les gustaría verla renacer porque la entienden mejor. No pueden entender, por ejemplo, que Europa reconozca sus pecados y llegue a admitir, como hizo el presidente de Alemania Joaquim Gluck en el 2015 que “no hay identidad alemana sin Auschwitz”. Cuando el orgullo cívico se sustenta en admitir de dónde vienes y qué has hecho, la sociedad demuestra que la moral no es metafísica sino que está a ras de suelo, en cada una de nuestras decisiones, como la de salir a la calle a protestar contra un líder corrupto.
Alexander Vucic es el máximo responsable de la muerte de 15 personas por el hundimiento de una marquesina nueva y mal construida en la estación de Novi Sad. Ocurrió el pasado noviembre y Vucic se ahoga bajo la evidencia de que se utilizaron materiales de mala calidad para aumentar el beneficio de las autoridades.
Trump hace negocios en Belgrado con los aliados de Putin, mientras la calle grita democracia.
Pocos días antes de la gran protesta del pasado sábado, Don júnior aterrizó en Belgrado. El primogénito de Donald Trump, el mismo que en enero visitó Groenlandia para demostrar que la isla está a merced de Estados Unidos, se plantó en Belgrado para respaldar a Vucic y hablar de negocios, concretamente, del Trump International Hotel, un proyecto que se levanta sobre las ruinas del ministerio de Defensa, destruido por las bombas de la OTAN en 1999.
Los jóvenes puestos en pie contra Vucic no quieren el lujo inmobiliario y kitsch de Trump porque simboliza la megalomanía que intentan derribar.
Mientras ellos llenaban el centro de Belgrado, otros jóvenes europeos, esta vez en Roma, ocuparon la plaza del Pueblo con banderas de la Unión Europea en defensa de la paz y contra el rearme. Opinan que debe de haber otra forma de frenar el expansionismo ruso sin tener que recurrir a las armas y las estrategias militares de siempre.
Los gobiernos europeos creen que no hay más remedio que armarse hasta los dientes. Aseguran, además, que la inversión en defensa impulsará el crecimiento económico. No tienen claro, sin embargo, quién estará al frente de estas fuerzas armadas europeas. Es lógico que un ejército tenga un comandante en jefe y una sola autoridad política, pero esta estructura piramidal exige un cambio drástico de mentalidad.
Los jóvenes europeístas han crecido en la paz y la complejidad del consenso, en la igualdad y la transversalidad de la gestión. No ven método más efectivo para defender el bien común que la cooperación y la codependencia. Reniegan de los líderes, sobre todo los mesiánicos, y por eso en la nueva Europa solo hay uno en el poder: el húngaro Orban.
Las revoluciones de los últimos años en la Europa del Este dan la razón a los jóvenes de la Europa horizontal, compleja y a veces incluso contradictoria. Tuvieron éxito porque fueron movimientos de base, sin caudillos invocando los mitos de la sangre, la raza, la tierra y la religión.
Putin y Trump temen a esta Europa de gente anónima orgullosa de la justicia y la equidad de las instituciones comunitarias, a veces superior a la que hay en sus propios estados. Por eso la critican. Esta Europa de la igualdad no necesita armas ni jerarquías. Su mejor defensa y su mejor ataque contra los populismos soberanistas es hacer todo lo posible para que la inmensa mayoría de los 450 millones de europeos seamos clase media. Los jóvenes de Belgrado y Roma lo tienen claro. El día que las ciudades europeas se llenen de gente como ellos los tiranos temblarán. - Xavier Mas de Xaxàs
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