LA GUERRA EN EL CUERPO DE LAS MUJERES


Esta crónica comienza sin palabras y un horror desconocido. Noma es la más joven de la habitación del centro hospitalario, donde una veintena de mujeres llenamos el espacio y se reparten entre las camas y el suelo. Noma es la más joven, pero no se aguanta de pie. 
La joven, de 15 años, apoya sus brazos en una mesa y esconde la cabeza entre los brazos como si quisiera dormir un poco. Como si quisiera huir del mundo. “No va a hablar. Desde que todo ocurrió, no ha dicho nada, llegó muy mal”, explica una enfermera. Y la mujer tendrá razón: Noma no pronunciará ninguna palabra mientras sus compañeras cuentan una por una cómo hombres armados las violaron sin piedad. Cada una con detalles distintos, con autores distintos, con el mismo dolor reciente.

Todas han sido violadas en las últimas 24 horas. De vez en cuando, Noma levanta la cabeza para soplar suavemente mientras aprieta los párpados cerrados. Le duele. Y en ese gesto, y en un silencio pegajoso que en realidad es un grito sordo, se condensa el horror de una guerra en el Congo que asalta como nunca el cuerpo de las mujeres.

Los expertos y profesionales sanitarios del país, acostumbrados a la violencia sexual durante años, alertan de la alarmante ola de violaciones que castiga al este congoleño en las últimas semanas después del avance del grupo rebelde M23. Fabien, director de un centro hospitalario cerca de Bulengo, en el norte de Goma, pide anonimato para desahogarse. “Llevo 20 años trabajando aquí y nunca había visto estos niveles de crueldad ni esa cantidad de agresiones en tan poco tiempo. Es una localidad pequeña y cada día nos llegan entre diez y quince chicas violadas por hombres armados. A unas cuantas les han metido botellas rotas o cuchillos por la vagina. Es horrible”. El sanitario hace una pausa y fija la mirada, como si calculara si pudiera añadir terror a lo que acaba de decir. Y puede: “Ayer llegó una niña de 11 años que violaron a cuatro hombres ante la madre, a la que también agredieron después. Es macabro”. 

Las cifras no logran incluir la magnitud de lo que se percibe tras hablar con decenas de mujeres en varias localidades en el norte de Goma. Y las cifras son escandalosas. Los violadores también mutilan los genitales de las víctimas con cristales y cuchillos

Naciones Unidas, por ejemplo, denunciaron que la semana después de la invasión de Goma por parte de los rebeldes tutsi, avalados por Ruanda, se reportaron 572 casos de violación en la ciudad, 170 a niñas. Varias organizaciones humanitarias también señalaron que, durante la evasión masiva de presos de la cárcel de Muzenze en la que huyeron 4.000 reclusos tras incendiar las instalaciones, 165 prisioneras fueron agredidas por los reclusos que escapaban. Hay más. Médicos sin Fronteras lleva meses advirtiendo de que, a medida que el M23 avanzaba por el norte de Kivu, las violaciones se disparaban (17.000 en el 2023 y 38.366 en el 2024 sólo en sus centros), pero las cifras no son suficientes para dibujar la realidad en un territorio caótico y en la caótica.

La exigencia del M23 de desmantelar los campamentos de desplazados, que ha significado la fuga sin rumbo de cientos de miles de personas, ha disparado la vulnerabilidad de las mujeres. Los rebeldes alegan que han traído la paz a la región y, por tanto, la gente puede volver a casa –aunque muchas villas han sido destruidas y mucha gente no tiene dónde ir– y culpan de las violaciones a los wazalendo, una milicia que lucha con el ejército del Congo y sus guerrilleros se esconden en las montañas.

El llanto de Angelique, de 42 años y 9 hijos, es un escupitajo en la cara de esta mentira. Es cierto que tanto los wazalendo como los soldados del ejército también están detrás de muchas agresiones sexuales. Cuando se baten en retirada después de perder posiciones respecto al M23, los uniformados protagonizan pillajes y violaciones sin misericordia.

Angelique no tiene dudas sobre quienes la secuestraron a ella y seis amigas durante dos días para abusar de sus cuerpos. “Nos habíamos juntado siete mujeres para ir a buscar patatas dulces al bosque porque no teníamos nada que comer. Creíamos que estaríamos protegidas, pero aparecieron unos hombres armados y dijeron que querían celebrar la victoria con nosotros. Hablaban en kinyarwanda (el idioma principal de Ruanda y de los tutsis del M23) y decían que ahora era su momento. Fueron ellos”. Durante un día y una noche, Angelique y las seis amigas fueron violadas en grupo por al menos ocho miembros del M23, que las agredieron y vejaron mientras reían.

La soledad de Angelique en un centro sanitario de Sake, a una hora de Goma, es la prueba de que las cifras no llegan a entender la pesadilla porque muchas víctimas ni siquiera se tratan las heridas. De las siete mujeres violadas ese día, sólo ella ha ido a pedir ayuda al hospital. “Soy viuda, pero ellas temen venir o que, si se entera su marido, las abandone. Por eso no vienen”.

Los rebeldes tutsis del M23 violaron a 572 mujeres (170 niñas) en una semana en Goma

La keniana Rebecca Wambui Kihui, experta en violencia sexual de Médicos sin Fronteras, explica que “la violación se utiliza como una forma de venganza y sumisión del enemigo, que a veces se odia porque es de una tribu rival. Hemos visto casos de violaciones en casas frente al marido como forma de humillación. Pero existe otro factor clave en un momento de caos como éste, y es la impunidad. Los autores saben que no lo van a pagar”.

En la sala donde hemos empezado esta crónica, la joven Noma sigue en silencio y con la cabeza escondida entre los brazos. Una enfermera le pone la mano con suavidad en el hombro, en un intento de reconfortarla. Cuando nota el tacto de la mano, Noma se aparta con un temblor instintivo de miedo o de asco, tal vez, como si quisiera que el mundo la dejara en paz. Xavier Aldekoa en lavanguardia.

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