Si extendiéramos en línea sobre el asfalto los cuerpos de todos los soldados rusos muertos o heridos desde el inicio de la invasión de Ucrania partiendo, por ejemplo, del Portal de la Pau de Barcelona, ¿hasta dónde llegaríamos?. El kilómetro cero de esta autopista empieza con unas palabras de Putin. “Tenemos esta vieja regla: allí donde un soldado ruso ponga el pie, eso es nuestro”, afirmó hace unos días, con aire espiritual, el zar de todas las Rusias.
¿Con poner un pie es suficiente? ¿O la espalda reventada y caída a plomo de un soldado sobre el barro refuerza la posesión territorial? Hagamos números y averigüemos hasta dónde llega la vieja regla rusa extendida en horizontal por el paisaje de Europa.
Este verano la cifra sumada de soldados rusos muertos o heridos desde el inicio de la invasión de Ucrania llegará al millón. Lo afirma el Center for Strategic and International Studies (CSIS), un think tank con sede en Washington y considerado por la Universidad de Pensilvania el mejor del mundo en defensa y seguridad.
Calculemos hasta dónde ha llegado el zar. Tomando la altura media de los ciudadanos de la Federación Rusa –1,76 metros–, si colocáramos sobre el asfalto de una autopista los cuerpos del millón de soldados muertos o heridos extendidos uno detrás de otro, llegaríamos muy lejos. De Barcelona a Praga.
Hay que hacer un esfuerzo por imaginar el abismal peaje de esta autopista, porque es una línea tan real como inimaginable: si saliéramos del Portal de la Pau, por ejemplo, y tomáramos el volante hasta la ciudad de Kafka, durante las dieciocho horas que dura el trayecto no dejaríamos de ver soldados heridos o muertos en hilera sobre el asfalto. Sin interrupción. Seguirían ahí, extendidos uno detrás de otro, mientras cruzáramos Francia y Alemania, y la hilera llegaría algo más allá de Praga.
Se calcula que, de ese millón de soldados rusos, 250.000 han muerto y 750.000 han sido heridos. Si pusiéramos en hilera solo a los muertos –dejando de lado a los heridos–, llegaríamos de Barcelona a Pamplona. Una ininterrumpida hilera de cadáveres entre las dos ciudades.
Una línea de dolor selectivo: una parte desproporcionada de soldados rusos muertos o heridos provienen de regiones pobres del extremo norte y este del país o son extraídos de las prisiones. No son hijos de las clases medias y altas de Moscú y San Petersburgo, esas que solo lloran por la pérdida de IKEA.
Si al millón de soldados rusos le sumáramos los 400.000 soldados ucranianos muertos o heridos, partiendo de Barcelona por autopista la hilera saltaría a Hungría y llegaría a la ciudad ucraniana de Uzhgorod.
Proyectémoslo en Gaza. Con los 57.000 muertos provocados por los bombardeos israelíes, mayoritariamente civiles, podríamos hacer una línea que fuera diez veces de un extremo a otro de la Diagonal de Barcelona. O quizá solo ocho: el cálculo está hecho con la altura de un adulto y en Gaza han muerto muchos niños.
Calculemos la tragedia rusa desde una perspectiva de ochenta años e imaginemos la autopista con los cuerpos de los soldados soviéticos y rusos muertos en todas las guerras en las que han luchado desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la invasión de Ucrania, en febrero del 2022. Son 50.000 muertos: partiendo de Barcelona y extendiendo todos los cuerpos caídos, no llegaríamos ni a la ciudad de Girona. En línea vertical hacia las estrellas, eso sí, penetraríamos en la estratosfera.
Esta autopista hacia el abismo ha empezado con unas palabras de Putin y acaba con unas palabras escritas al inicio de la invasión de Ucrania por Fermín Torrano. Este reportero detectó unos ojos azules y abiertos que brillaban en el interior de una bolsa de plástico y arrancó su reportaje con esos ojos azules: “Hay en Bajmut un cadáver que mira al cielo como pidiendo entrar”. Plàcid Garcia-Planas en Cabaret Voltaire.