Vive dentro de muchos de nosotros un inquisidor. Un yo moralista nada indulgente que hace del juicio a los demás su principal razón de ser. Proyectar errores y maldades sobre espalda ajena nos hace sentir mejores. Un modo práctico y sencillo de escapar de las propias miserias, señalando obsesivamente a las que creemos advertir en los demás. 

El moralismo y el puritanismo de sofá no son novedades. Son más bien materiales fundacionales del mundo. Cuando mujeres y hombres ya no poblemos la Tierra, el inquisidor encontrará el modo de perpetuarse en ella. Es como la cucaracha, una especie que sobrevivirá al apocalipsis.
La fiesta de cumpleaños de Lamine Yamal ha sido como una tormenta de las que inundan el alcantarillado, obligando a las ratas a dejarse ver en la superficie. Los fastos de la mayoría de edad del delantero azulgrana han causado el mismo efecto entre los apóstoles de la moralidad. Quien más, quien menos, ha encontrado la excusa para saltar al ruedo de los discursos, para sermonear al chaval sobre cómo debe manejar su vida si quiere convertirse en un hombre de provecho.

Vive dentro de muchos de nosotros un inquisidor. Un yo moralista,nada indulgente. Se le han recriminado a Yamal pecados veniales y pecados capitales. Hasta el gobierno de España le ha reconvenido por haber invitado a su fiesta a individuos con enanismo. De nada ha servido que estas mismas personas hayan salido a explicar que se lo pasaron a lo grande y que fueron tratadas con respeto. ¡Que la realidad no te estropee un buen titular progresista de solidaridad con las víctimas, aunque tengas que inventártelas!

También se le afea la contratación de señoritas de imagen, un eufemismo de mujeres florero –a veces algo más– cuyo trabajo consiste en embellecer con sus cuerpos más que con sus cerebros los lugares a los que acuden. Nada que no vaya a suceder esa misma noche en los lugares de ocio preferidos y frecuentados por muchos de los que han aparecido en tromba para criticar a Yamal. ¡Ay, como cuesta de advertir la viga en el ojo propio!

Para criticar, al pobre Yamal hasta le han caído palos por el mal gusto en la elección de regalos, por el exhibicionismo impúdico del exceso o por volver a casa tarde y en coche con amigos que no llevaban puesto el cinturón de seguridad. Y continuaremos comiendo fiesta de Yamal durante semanas. Muchos son los inquisidores que todavía están en la cocina aprovechando cualquier sobra para servirnos más platos.

España entera aspira a ser el tutor de Lamine Yamal. Incapaces de educar razonablemente bien a los propios hijos –hacerles levantar cuando una persona mayor sube al autobús y otras cosas de lo más básico–, ahora resulta que el país entero ha encontrado en Yamal la posibilidad de redimirse de sus propios fracasos. Un clásico entre los clásicos: consejos vendo que para mí no tengo. Dejemos al chaval en paz. No necesita. No a nosotros. Josep Martí Blanch.