VERGÜENZA ESPAÑOLA


Me sorprende un mensaje en Blue­sky del traductor del ruso Miquel Cabal, a quien muchos lectores jamás agradeceremos lo suficiente que su magnífica prosa nos permita acceder a obras literarias de autores como, en mi caso, Dostoyevski, Dovlátov, Turguénev, Gógol o Pilniak. El mensaje de este hombre cabal dice: “Os gustará saber que en ruso a la vergüenza ajena la llaman vergüenza española. No se le da suficiente valor, me parece”. Es un mensaje que la actualidad política española confirma, usemos las gafas ideo­lógicas que usemos. Màrius Serra en la vanguardia.

Lo compruebo con las herramientas lexicográficas a mi alcance y corroboro que, en efecto, la vergüenza española existe como expresión literal en ruso (transliterada desde el cirílico como ispanski styd), que en el inglés global de las redes podría equipararse a cringe. En ruso, a la ‘vergüenza ajena’ la llaman ‘vergüenza española’.

No logro hallar el porqué de esta españolización rusa de la vergüenza ajena, más allá de hipótesis algo aventuradas, como la que la atribuye al cliché latino de las telenovelas, programas rosas o reality shows españoles que se veían en Rusia en los años noventa. Tal vez la sobreactuación televisiva habitual provoque vergüenza ajena, sí, pero suena demasiado reciente. En todo caso, dos décadas después podrían añadir los noticiarios.

Muchos catalanes que durante años hemos sentido esa misma vergüenza española que conserva la lengua rusa añadimos, en los últimos tiempos, una vergüenza catalana. Desde que el procés independentista se desinfló como un globo de feria, nuestros dirigentes han pasado de querer despedirse de España a la francesa a hacerse los suecos en casi todo.

Los gentilicios los carga el diablo, como demuestran los nombres populares de las enfermedades venéreas como la sífilis, que en España ha sido históricamente conocida como el mal francés, en Francia como 'le mal espagnol', en Turquía como la enfermedad cristiana, en Japón como la enfermedad china, en Italia como el mal napolitano y en Rusia como la enfermedad polaca. El único consenso internacional, intergeneracional e incluso intergaláctico, es que la culpa siempre nos es ajena, básicamente porque la culpa siempre es del otro.

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