Este verano, en vez del venerable monstruo del lago Ness o el turista inglés asombrando a Mallorca con el balconing, la fauna estacional la forman dos reptiles judiciales que se arrastran entre tribunales y sumarios con la elegancia letal de las serpientes: silenciosas, insidiosas y, cómo no, venenosas. Las protagonizan dos jueces –Puente y Rus– dos casos –Cerdán y Montoro–, y un sistema judicial que parece más interesado en entretener a la audiencia que en hacer justicia.
Confieso que mi fe en la justicia –una señora, creo que griega– no está en su mejor momento. Será la edad, o haber visto demasiadas veces cómo el derecho se convierte en un elegante disfraz para la arbitrariedad. Sobre todo, en casos sonados. La historia nos ofrece ejemplos de sobra.
Nunca coincidieron juristas tan brillantes como en la Alemania y la Austria de los años treinta, y sin embargo solo sirvieron para barnizar con legalismos los peores instintos del poder. El código penal boliviano es –lo digo sin la menor ironía– una joya técnica. Pero como toda joya rodeada de quincalla, no brilla gran cosa sin instituciones sólidas y ciudadanos mínimamente comprometidos. Las leyes, por sí solas, no son una panacea. A veces ni siquiera dan consuelo.
La primera serpiente del verano es el caso de Santos Cerdán, enviado a prisión provisional por orden del juez Puente. No tengo nada claro si el señor Cerdán es un corrupto de manual o un santo varón con acento navarro. Lo que sí está claro es que su ingreso en prisión parece tener menos que ver con la administración de justicia que con el escarmiento preventivo. ¿De qué se le acusa? De momento, en términos concretos, más allá del socorrido “algo huele mal”, de poca cosa.
Algunas filtraciones de ese oráculo en que se ha convertido la UCO, cantidades que apenas moverían la ceja de un concejal de urbanismo de medio pelo, un alquiler en Idealista de un piso de 150 metros… y poco más. La pregunta que aquí interesa no es si es culpable –eso lo sabremos, si hay suerte, en algún momento de la próxima década– sino si su encarcelamiento era necesario para avanzar en la investigación.
El juez ha mantenido siete años de secreto de sumario en el caso Montoro; 84 prórrogas consecutivas
¿De verdad alguien cree que este hombre iba a huir después de alquilar el piso? ¿Que iba a destruir pruebas con la eficiencia de un fiscal general en hora punta? ¿O estamos más bien ante una lógica perversa donde la prisión provisional actúa como aviso para navegantes y castigo simbólico antes de juicio? Hay que decirlo con todas las letras: esto no es justicia, es teatro con toga.
Y no será la primera vez. Cuando dentro de unos años alguien estudie el caso Cerdán (puede ocurrir, no se rían) probablemente se escribirá que “se actuó conforme a derecho”, como se dijo con Sandro Rosell. Fórmulas rituales. Palabras vacías solo útiles para que la máquina siga girando, pero no para que nadie crea en ella.
La segunda serpiente repta por Tarragona, donde el juez Rubén Rus ha mantenido siete años de secreto de sumario en el caso Montoro. No siete meses. Siete años. Ochenta y cuatro prórrogas consecutivas. Ochenta y cuatro ocasiones en las que se ha decidido que lo mejor era seguir adelante sin que los abogados defensores, la prensa o los ciudadanos supieran de qué iba la función. Como en los viejos tiempos, cuando la Inquisición quemaba sin revelar la acusación. ¡Y a eso lo llaman discreción y diligencia!
¿Se estaba investigando una red de tráfico de cabezas nucleares? ¿Una conspiración internacional? ¿Un complot extraterrestre? Nada de eso: una investigación por corrupción económica corriente y moliente. ¿Y por qué siete años de secreto? Por lo de siempre: desidia, pereza, miedo al derecho de defensa y una preocupante tendencia a convertir el procedimiento judicial en un microondas que recalienta informes policiales. .
Por si alguien lo ha olvidado –además del juez Rus, naturalmente–, una de las razones por las que estalló la Revolución Francesa fue para acabar con la justicia secreta del Antiguo Régimen. Doscientos treinta años después, Tarragona la resucita con sello oficial y prórroga mensual. Un prodigio. Lo más preocupante de estas dos historias no es su excepcionalidad, sino su banalidad. No son grandes catástrofes jurídicas, más bien forman parte del paisaje. Y la pregunta no es si esto tiene arreglo. La pregunta es si a alguien le importa lo suficiente como para exigirlo. Me temo que no. Que acaben de pasar un buen verano. Y miren bien dónde pisan. Las serpientes están al acecho. - Javier Melero
Algunos no llegan a la categoría de serpiente, se quedan en la de cucaracha o sabandija.
ResponderEliminarDe cucarachas reales tenemos este verano muchas por Catalunya. De las otras también, todo el año. Como curiosidad, cucaracha en catalán es: Panerola.
ResponderEliminarSaludos.