Hay libros que no solo se leen, sino que se habitan. La palabra vence en la muerte, de Rob Riemen, es uno de estos. En medio de un mundo que parece acelerar hacia el olvido del que somos, Riemen nos invita a pararnos, a escuchar, a recordar. A volver a las palabras que nos han hecho humanos. 
Estos días, el pensador neerlandés recorre España para compartir su mensaje. Ayer, a se lo ha Festival de Segovia, habló con la serenidad de quien sabe que la verdad no grita, pero resuena. Insistió en una idea que travesía toda su obra: solo la restauración del humanismo —no como doctrina, sino como actitud vital— puede ofrecer luz en esta era de angustia, de culto al poder, al dinero y en una tecnología que a menudo nos desarraiga. Leer Riemen es como entrar en una conversación con las voces que nos han precedido: Thomas Mann, Saint-Exupéry, Orwell... 
No son nombres lejanos, sino compañeros de viaje que nos recuerdan que la dignidad, la verdad y la belleza no son lujos, sino necesidades. Él no propone recetas, sino preguntas. No ofrece certezas, sino espacios para pensar.  En un momento en que las palabras se utilizan para manipular, para dividir, para vender, Riemen nos recuerda que también pueden sanar, unir, elevar. Que la palabra —cuando es honesta, cuando nace del silencio y no del ruido— puede vencer la muerte. No la biológica, sino aquella otra: la muerte del espíritu, de la memoria, de la compasión.
Este libro no es para leer deprisa. Es para dejarlo reposar, para volver. Para releer una frase y sentir que nos habla directamente. Quizás porque, en el fondo, todos intuimos que algo esencial se está perdiendo. Y que hay que volver a mirarnos en los ojos, a habla con sentido, a vivir con alma. En medio de la oscuridad, Rob Riemen nos recuerda que la palabra puede ser luz. Que el humanismo no es una nostalgia, sino una posibilidad. Que todavía podemos escoger vivir con nobleza de espíritu, con amor por la verdad y respeto por la dignidad humana. Y quizás, como decía el padre de Louis Pauwels, no hay que contar demasiado con Dios... pero es posible que Dios cuente con nosotros. Con cada gesto honesto, con cada palabra que cura, con cada acto que desafía el cinismo con compasión.

 La palabra vence en la muerte no es solo un título. Es una convicción. Y quizás, si volvemos a escuchar con el corazón abierto, descubriremos que todavía hay caminos para recorrer. Caminos que no llevan al poder, sino a la verdad. Caminos que no prometen éxito, sino sentido. Caminos que no exigen certezas, sino conciencia y humanidad.