Barcelona es un lugar de llegada, de mezcla y, aun para muchos, un lugar de oportunidad, pero hemos transmitido un mensaje incompleto. Hace más de veinte años se encontraban oficinas municipales con vistosos adhesivos en los cristales enumerando todos los derechos que los inmigrantes justamente tenían. Pero con ninguna información de cuáles eran sus obligaciones. Eran los días de una Barcelona que no mostraba signos de flaqueza y, quizá por eso, cubría necesidades incipientes. En mayo de 2015, Ada Colau, tres días después de ganar las elecciones, colaboró en el recuento de las 892 personas que dormían en la calle o en sucursales bancarias. Hoy, esa cifra es casi el doble.
Nadie debe dormir en la calle ni es ilegal. Suena muy bien, pero la realidad acaba saturando la utopía. Luego vino lo del bienintencionado “queremos acoger” pero sin cambios legales que hicieran efectiva esa voluntad (excepto para nacionalizar a la carta algún jugador de baloncesto). Aparecieron las maniqueas pintadas “turistas a casa; refugiados bienvenidos,” generando entre todos un efecto llamada a nivel ciudad que se visualizó al máximo con mil manteros solo en el paseo Joan de Borbó. Aquella venta ilegal no desapareció hasta que nació una plataforma de afectados por el top manta , exigiendo soluciones y ofreciendo colaboración. Los radicales del no a todo, en vez de reclamar a los gobiernos, respondieron con un escrache al comercio del propietario que lideró los inicios de dicha plataforma. Propuestas constructivas, pocas y de mínima efectividad. En la actualidad, manteros y chatarreros siguen durmiendo en la calle o en naves ocupadas. Si a esto le añadimos la falta de vivienda, incluso de habitaciones asequibles, y la permisividad hacia jóvenes con papeles, sin necesidades económicas iniciales, pero desahuciados afectivamente, la gestión del fenómeno sin techo es un reto caliente.
Nadie debe dormir en la calle y nadie es ilegal. Esto suena muy bien, pero la realidad ha acabado saturando la utopía, porque durante años las administraciones han sido espléndidas con algunos de los que recibían, pero implacables con los que tributaban o tenían una propiedad. Ahora que las partidas sociales dan para menos, el péndulo oscila en sentido contrario, la tolerancia se está agrietando y empieza a triunfar el discurso que exige actualizar obligaciones y prohibiciones. - Fermín Villar
Todo debe tener un límite, un control y unos recursos suficientes que cubran las necesidades que se consideren básicas y justas, pero sin menoscabar los derechos del conjunto de la ciudadanía y de los que pagan los impuestos.
ResponderEliminarUn saludo.
Los pobres y los inmigrantes no votan CAYETANO, y a la ciudadania le empiezan a molestar.
EliminarSaludos.
Ah el eterno choque realidad y deseos, no hay peor utipía que la emocional, la que posterga el razonamiento y la búsqueda práctica de soluciones, si las hay,.
ResponderEliminarEso es como lo de 'volem acollir' si, 'volem acollir,' pero que ho faci el veí.
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