Diez lecciones de Henry David Thoreau para vivir mejor en el siglo XXI: “Todo lo bueno es salvaje”. El referenciado autor norteamericano, cuya obra más conocida es 'Walden o la vida en los bosques', reflexionó sobre la inmersión en la naturaleza, la amistad o la aceptación de la fragilidad humana - Cristina Ros en el diario.es
Todavía hoy, la figura de Henry David Thoreau (Concord, 1817-1862) está rodeada de controversia. Pese a estar considerado uno de los autores fundacionales de la literatura naturalista, junto con Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman, su obra a menudo queda fuera del currículo académico de los estudios filosóficos por su falta de rigor científico en el método. Además, se ha puesto en duda la veracidad de su experiencia narrada en Walden o la vida en los bosques (1854), donde reflexiona sobre la temporada que pasó retirado en una cabaña junto al lago Walden, aunque lo cierto es que, aunque no viviera allí tanto tiempo ni estuviera tan aislado de la civilización como el mito en torno a él ha dado a entender, eso no invalida en ningún caso el interés de sus reflexiones.
Tampoco su vigencia: pocos ensayos tienen una influencia tan larga en el tiempo, ni tan universal, como Walden, una obra que sentó los pilares de la literatura estadounidense y que hace unos años volvió a estar de actualidad porque su mensaje resuena con fuerza con el presente. El retorno contemporáneo a lo esencial, en forma de reconexión con el medio rural y una tendencia al decrecimiento, a la reducción del consumo, responde tanto a una mayor conciencia de la emergencia climática como al malestar provocado por el capitalismo tardío en otras áreas (inseguridad laboral, desigualdades, estrés, ansiedad, adicción a las pantallas, presión social y crisis de identidad, entre otras).
Walden sigue siendo, en esencia, una invitación pacífica a la resistencia, una invitación a pensar por uno mismo y actuar en consecuencia, en la medida de las posibilidades de cada uno, aunque eso conlleve distanciarse, con las dificultades que esto implica, de las derivas dominantes. Cuando Thoreau se marchó a los bosques para construir una cabaña con sus propias manos se estaba rebelando a los principios de una sociedad en proceso de industrialización, con la consiguiente alienación de los trabajadores y una progresiva desconexión de la naturaleza. Él quiso volver a los ciclos naturales, recuperar el trabajo manual, pausado, reducir las necesidades y vivir en armonía con el ecosistema natural.
No era el capricho de un hombre privilegiado, sino una elección consciente. Durante los dos años que vivió junto al río Walden, cultivó sus alimentos, fabricó sus utensilios, caminó por los bosques, afiló su capacidad de observación y, por supuesto, escribió. Sus diarios dieron lugar a Walden, un libro denso, rico en enseñanzas, a caballo entre las memorias y la búsqueda existencial filosófica. Con motivo de la nueva edición de la obra (Errata naturae, 2025, trad. Marcos Nava), con unas espectaculares ilustraciones de paisajes a color a cargo de Clément Thoby, repasamos algunas de las lecciones que aún hoy se pueden aplicar para disfrutar de una existencia más plena y armónica.
1. Inmersión en la naturaleza. Es quizá el punto más importante, o al menos el que más salta a la vista: entrar en contacto directo con el entorno natural, siempre con la actitud del siervo, desde un respeto profundo. “Todo lo bueno es libre y salvaje”, como reza uno de sus aforismos más conocidos. Thoreau se funde con la naturaleza, se siente una parte minúscula del ecosistema de seres vivos; y esto, lejos de deprimirlo, lo reanima, le da un nuevo sentido a la existencia efímera humana. Sea en el monte, en el lago u observando a los animales, surge en él un nuevo estado de conciencia que le regala lo que podrían considerarse pequeñas epifanías (el periodo de florecimiento, la caída de la primera nieve, las visitas inesperadas de un pájaro), que lo sumen en una contemplación que lo arraiga más a este planeta.
2. Frugalidad y decrecimiento. Más allá de los hábitos alimenticios, esto se puede interpretar como aprender a desprenderse de lo accesorio, de cualquier necesidad creada de manera artificial que, lejos de enriquecer nuestra rutina, solo le añade cargas. También recuerda la necesidad de reducir el consumo para preservar el planeta, ganar calidad de vida y disfrutar más de cada experiencia. No se trata de privación, sino de consumir de forma consciente, meditar cada decisión de compra, desde los alimentos que nos llevamos a la boca a las adquisiciones costosas, para no acumular en vano ni vernos más tarde en apuros. Deshacerse de lo superfluo, en definitiva.
3. Autosuficiencia. La máxima de Virginia Woolf sobre las mujeres y la habitación propia se puede aplicar a cualquier ámbito: para ser libre e independiente de verdad, se necesita autonomía económica. Crecer, convertirse en un adulto funcional, significa responsabilizarse de uno mismo, asumir los costes que conllevan la vivienda, la comida y demás gastos de subsistencia. Thoreau lo lleva al extremo de construir su propia casa y cultivar su propia comida, además de no depender de ningún patrón. Sin llegar a esos extremos, hoy esa propuesta puede aplicarse a depender menos de lo que se adquiere con dinero. En otras palabras: la sociedad nos convierte en consumidores, de modo que la mayor resistencia, en el siglo XXI, es reducir el consumo, aprovechar más lo que ya se posee y potenciar destrezas que nos hagan menos dependientes: apostar por la cocina casera, reparar en lugar de tirar, reciclar, prestar y tomar prestado, comprar y vender de segunda mano, tejer y hacer manualidades con materiales desechados, por poner solo unos ejemplos.
4. Trabajo manual. Thoreau cultivaba su propio huerto: nada como tocar la tierra con las manos, plantar las semillas, regarlas y cuidar las plantas hasta que den fruto para tomar conciencia de los ciclos de la naturaleza y aprender a valorar lo que tenemos. En la actualidad hay una desconexión entre los alimentos que compramos en el mercado y su procedencia: fijarse en el origen, escoger productos de proximidad y de temporada lo menos procesados posible y dedicar tiempo a cocinar en casa es una inversión en salud, para nosotros y para el planeta. Lo mismo sucede al reparar o reutilizar objetos: zurcir un descosido o fabricar algo con material desechado reduce la acumulación de residuos y da, además, la satisfacción de haberlo hecho con nuestras propias manos.
5. Cultivo interior. El cuidado del huerto (lo externo, destinado al cuerpo) va en paralelo al cultivo del interior, es decir, la mente, el enriquecimiento personal. En la observación ya obtiene una parte significativa de ello, pero para Thoreau resulta indispensable, además, la lectura: leer, escribir, formarse de manera autodidacta son inherentes a su naturaleza, necesita tanto ese estímulo intelectual que proporcionan los libros como el posterior detenimiento para pensar, para ahondar en lo leído, que, condensado con sus vivencias, da lugar a las páginas llenas de reflexiones de Walden. Como reza el proverbio, “Conócete a ti mismo”.
6. Convivencia entre el logos y el mythos. En Occidente, la enseñanza tradicional de la historia de la filosofía se vertebra, en sus primeras etapas, en un momento clave: lo que se denomina el paso del mythos al logos, esto es, del mito al pensamiento racional, que se impuso de la mano de los pensadores de la Antigua Grecia. La humanidad, al menos en estas latitudes, pasó de basar su sistema de creencias en unas mitologías que arraigaban en la tierra, en el legado ancestral, a alejarse de manera progresiva de la materia para penetrar en la mente, lo intangible, del mundo de las ideas de Platón al principio de causalidad de Descartes. Thoreau se opone a esa división, rechaza que el imperio de la razón sea un progreso en sí mismo, y en su filosofía no duda en integrar creencias de diferentes culturas, como las orientales, que enriquecen su perspectiva.
7. Mayor consumo de vegetales. No se puede decir que el autor sea un militante del veganismo, pero a lo largo de su estancia en Walden, Thoreau incrementa la ingesta de alimentos de origen vegetal, en gran medida por su conexión con la naturaleza y como resultado del cultivo del huerto. Hoy la ciencia advierte de los peligros de un consumo elevado de carne roja, y hay evidencias de que una alimentación basada en cuantos más vegetales mejor resulta mucho más saludable, amén de reducir la emisión de gases en el proceso de producción. Para hacerlo bien del todo, lo ideal sería elegir productos de temporada procedentes de la agricultura extensiva.
8. Amistad. Thoreau nunca pretendió convertirse en ermitaño ad infinitum, por mucho que el mito en torno a él haya contribuido a propagar esa imagen. En realidad, no estuvo del todo aislado mientras vivió en la cabaña: en ocasiones se desplazaba para comer con sus allegados, pero sobre todo invitaba a amigos a su modesta morada. Era un anfitrión atento y le gustaba conversar con los visitantes, hacerlos partícipes de su estilo de vida. Esto, en el presente, nos recuerda la importancia de la comunidad, de establecer lazos y recuperar el contacto cara a cara, dedicar tiempo al otro, a escucharlo. Solo así, cuando el reloj capitalista se pone en pausa y nos miramos a los ojos, podemos reforzar los vínculos que nos humanizan y nos mantienen unidos.
9. Aceptación de la fragilidad humana. En consonancia con lo anterior, su estilo de vida recogido lo lleva a una aceptación armónica de la fragilidad de nuestros cuerpos, de la fugacidad de lo vivo. Uno de los episodios más dolorosos de su vida fue la muerte de su hermano: en el ensayo Te vi marchar (2023), su biógrafo, Robert D. Richardson, analiza cómo canalizó el duelo hasta hacer de esa pérdida desgarradora una apertura a un nuevo umbral de conciencia, que sintoniza con el resto de criaturas y le hace sentirse partícipe de algo mucho más grande e infinito. En la sociedad contemporánea, que evita mirar a la muerte a los ojos, adoptar una filosofía como esta puede ayudar, no solo a asimilar mejor las despedidas, sino a terminar nuestros días más tranquilos.
10. La valentía de seguir el camino propio. Thoreau, más que un ideario, promueve una manera de hacer que revela la importancia del pensamiento independiente: estar más atento, no dejarse llevar por la corriente, meditar cada decisión para asegurarse de que está alineada con nuestros principios y no es producto de lo que el sistema trata de inocularnos. Luego, hay que poner esas ideas en práctica, vivir de modo coherente con lo que pensamos, cueste lo que cueste (a él lo llevó hasta la cárcel, aunque fuera por poco tiempo, motivado por una protesta contra la esclavitud y la guerra de Estados Unidos en México. De esa experiencia escribió el magnífico ensayo Desobediencia civil). Solo así se puede ser libre de verdad, aunque no se viva en el monte. Esa es, en suma, su enseñanza más valiosa: atrévete a ser tú mismo.
La búsqueda de la vida sencilla en contacto con la naturaleza. Viene a ser una versión de la filosofía zen, del ideario de algunas tribus indlas de norteamérica y de algunas reflexiones de poetas como Horacio o Fray Luis: beatus ille, oda a la vida retirada...
ResponderEliminarUn breve poema de Gil de Biedma, sobre el tema, sin olvidar a Rosseau:
ResponderEliminarDE VITA BEATA
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.