jueves, octubre 23, 2025

EL ODIO COMO COMBUSTIBLE EN LAS REDES SOCIALES


 Durante décadas, se repitió que “el sexo vende”. En la era de la televisión y la publicidad tradicional, esa máxima parecía incuestionable. Pero en el ecosistema digital actual, esa lógica ha sido superada por otra mucho más poderosa y peligrosa: el odio vende más. Mucho más. Las redes sociales han convertido la indignación en un producto de consumo masivo, y los algoritmos han aprendido a alimentarse de nuestra furia como si fuera gasolina de alto octanaje. 
Las plataformas digitales no están diseñadas para informarte, educarte o conectarte con otros: están diseñadas para retenerte. Su objetivo es que pases el mayor tiempo posible dentro de sus muros, interactuando, reaccionando, compartiendo. Y en esa carrera por captar tu atención, el contenido que genera emociones intensas —especialmente negativas— tiene una ventaja evolutiva. El insulto, la provocación, la burla, la polarización: todo eso excita al algoritmo. Cada vez que alguien responde con rabia a un tuit incendiario o comenta indignado una publicación en Facebook, el sistema interpreta que ese contenido es “relevante”. Lo amplifica. Lo multiplica. Lo monetiza.
Este fenómeno no es casual ni accidental. Es estructural. Las redes sociales han creado una economía basada en la indignación. Cuanto más polarizado está el discurso, más tiempo pasamos conectados. Más anuncios vemos. Más datos entregamos. Más dinero generan las plataformas. Los nuevos magnates digitales —dueños de redes, medios y plataformas— han aprendido a capitalizar nuestros conflictos. El extremismo ya no es un efecto colateral: es una estrategia de crecimiento. 
Las narrativas incendiarias se diseñan con precisión quirúrgica para dividir, movilizar y fidelizar audiencias. La furia está bien financiada. Y no solo se trata de actores maliciosos o campañas de desinformación. También los medios tradicionales, presionados por la lógica del clic, han caído en la trampa de los titulares sensacionalistas, los debates artificiales y la cobertura obsesiva de los extremos. El resultado: una esfera pública cada vez más crispada, más fragmentada, más tóxica. 
Mientras el planeta se enfrenta al calentamiento global, nuestras sociedades enfrentan otro tipo de calentamiento: el emocional. La temperatura de los discursos se eleva a diario. La empatía se erosiona. El matiz desaparece. El desacuerdo se convierte en enemistad. Las redes sociales, lejos de ser ágoras digitales para el diálogo, se han transformado en coliseos donde se premia al gladiador más ruidoso. Y lo más preocupante es que esta dinámica no solo afecta a la conversación pública: también moldea nuestras emociones, nuestras relaciones y nuestra percepción del mundo. 
Diversos estudios en neurociencia y psicología han demostrado que la indignación activa los mismos circuitos cerebrales que otras formas de recompensa. Nos da una sensación de superioridad moral, de pertenencia a un grupo, de propósito. Y como toda adicción, necesita dosis cada vez mayores para producir el mismo efecto. Las plataformas lo saben. Y lo explotan. Nos empujan hacia cámaras de eco donde solo escuchamos lo que confirma nuestras creencias. Nos exponen a enemigos imaginarios para mantenernos en guardia. Nos convierten en soldados de guerras culturales que muchas veces ni entendemos. 
¿Podemos desintoxicarnos? Sí, pero no será fácil. Requiere una alfabetización digital profunda, una ciudadanía crítica y una regulación ética de las plataformas. Requiere que dejemos de alimentar el algoritmo con nuestra furia, y empecemos a construir espacios para el desacuerdo respetuoso, la escucha activa y el pensamiento complejo. También requiere que los creadores de contenido, periodistas, educadores y líderes sociales asuman su responsabilidad. Que no caigan en la tentación del clic fácil. Que apuesten por la profundidad, la empatía y la verdad, aunque eso implique menos viralidad.

2 comentarios:

  1. El odio vende, desde luego. Nada como tener un buen chivo expiatorio que sea diana fácil de tofas las iras. Las redes sociales ayudan mucho. La pantalla del móvil o del ordenador hace de escudo protector cuando se insulta o se difama al contrario.
    Saludos.

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  2. Y a menudo se insulta o difama desde el cobarde anonimato. Pero el daño ya está hecho y desmentir cuesta tiempo y no siempre se consigue.
    Saludos.

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