Que el hambre ha sido utilizada tradicionalmente como arma de guerra e instrumento de represión no es ninguna novedad. Más bien al contrario: ha sido una constante en la historia de la humanidad. Lo que hasta hace muy pocos días hacía Beniamin Netanyahu, que impedía la entrada de ayuda humanitaria en Gaza para matar de inanición a sus habitantes, se ha venido haciendo desde tiempos inmemoriales. A un genocidio como el perpetrado en Palestina, que replica en buena medida el sufrido por los propios judíos hace ocho décadas, tampoco podía faltarle en ese aspecto un antecedente de la Alemania nazi, el Hungerplan o Plan del Hambre, que buscó diezmar la población de algunos territorios de Europa del Este para repoblarlos con colonos arios.
España Posguerra.- Madrid, 1-12- 1940.- Despacho de pan en Madrid. Cartillas de racionamiento. efe/Despacho de pan en Madrid con cartillas de racionamiento en 1940
El historiador Miguel Ángel del Arco aporta algunos datos reveladores en su libro La hambruna española. Las víctimas mortales del hambre y de las enfermedades directamente asociadas a ella alcanzaron en la Europa de entre 1914 y 1947 la cifra de treinta y tres millones; en Asia, en un periodo similar, fueron veintiocho millones y, desde entonces hasta el final del siglo, cuarenta millones más. El asunto es muy serio: en el siglo XX murieron de hambre más de cien millones de personas, y se llegó en algunos lugares, como fue el caso de Moldavia, al extremo del canibalismo.
El libro de Del Arco se centra en la España inmediatamente posterior al final de la Guerra Civil, en los infaustos “años del hambre”, en los que la consigna oficial de “ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan” halló puntual respuesta en las pintadas de “menos Franco y más pan blanco”.
Fueron años de fusilamientos y campos de concentración, de prisiones hacinadas y batallones de esclavos, de saludo fascista y retratos de Franco y José Antonio, de caídos por la patria y hermandad de mutilados, de flechas y pelayos, de camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer, de sombrero en la cabeza, porque era sabido que “ los rojos no llevaban sombrero”. Fueron también los años del piojo verde, la tisis, la pelagra, el pan negro, la achicoria, la cartilla de racionamiento, el estraperlo, el Auxilio Social y, como cantaba Joaquín Sabina, “sabañones, aceite de ricino, gasógeno, zapatos topolino…” “Sí, habían pasado ya los nacionales, habían rapado a la señora Cibeles (...) y por Ventas madrugaba el pelotón”.
Doscientos mil españoles murieron a causa de la hambruna principalmente entre 1939 y 1942
En esa España siniestra, el hambre se cebó sobre todo en el bando de los vencidos, hostigados, desamparados, empobrecidos. Fueron doscientas mil las víctimas mortales. Se dice pronto: doscientos mil españoles murieron a causa de la hambruna, que se desarrolló principalmente entre los años 1939 y 1942 y que regresó con fuerza en 1946, poco antes del apoteósico recibimiento a Evita Perón y a los miles de toneladas de alimentos que llegaron con ella.
El régimen, que oficialmente tendía a negar las dimensiones del problema, responsabilizaba a la devastación causada por la guerra, a la inquina de las potencias extranjeras, a la pertinaz sequía… Miguel Ángel del Arco demuestra que la culpa la tuvo sobre todo la incompetencia de los mandamases del régimen. José Larraz, acaso el único ministro de aquella etapa que sabía algo de finanzas, se apresuró a dimitir en cuanto vio que los chusqueros de Franco pretendían gobernar el país como quien dirige un cuartel y lo fiaban todo a una mágica combinación de proteccionismo, control de precios y búsqueda del autoabastecimiento nacional. Es decir, a la autarquía, la famosa autarquía de Franco, que fue la culpable directa de esas doscientas mil muertes y mantuvo a España sumida en la miseria hasta finales de los años cincuenta.
Pero en ningún sitio está escrito que la incompetencia excluya la maldad. Los mismos gobernantes que se revelaron incapaces de solucionar el problema del hambre de sus conciudadanos se esforzaron por que tampoco lo hicieran otros, venidos de fuera. Mientras muchos españoles caían fulminados por la hambruna, los gobiernos de Franco, recelosos de las posibles intenciones propagandísticas de las potencias aliadas, rechazaron la generosa ayuda de la Fundación Rockefeller y de los cuáqueros británicos y norteamericanos. Así concebían ellos el patriotismo: antes dejar morir a los suyos que exponerlos al contacto con el virus de la democracia. - Ignacio Martínez de Pisón.
Hasta que llegaron los del Opus, los tecnócratas, y convencieron a Franco de que liberalismo solo era malo a nivel de ideario político, pero bueno en materia económica. Así llamábamos a los ministros: Lopus Rodó, Lopus Bravo y Lopus de Letona.
ResponderEliminarEste texto de Martínez de Pisón, junto a otros, debería ser lectura obligatoria para los chavales que dentro de poco van a ir a votar.
ResponderEliminar