En el homenaje, que capitanea la Fundación Arrels, el corazón del Conservatorio del Liceo y leían uno por uno los nombres de los 69 muertos, como el del Bakary, enfermo crónico de 34 años, fallecido en una tienda del Parque de la Ciutadella en enero; el de Walter, marmolista de profesión de 31 años que falleció en uno de los pisos de Arrels, o Miguel Ángel, al que se le recuerda por su buen humor perpetuo. Dos de cada diez muertes son mujeres, porque para ellas la calle es el último recurso.
Para todos ellos ha habido un par de zapatos y una pequeña casa de cartón, para enfatizar la importancia de la vivienda para empezar a tener una vida digna –un recurso que ninguno de los fallecidos tuvo–. Para Raíces, el acto es un grito silencioso para la dignidad, la memoria y el derecho a vivir bajo un techo. Durante este mes la entidad ha vuelto a colgar las placas recordatorias de personas sin hogar muertas, que habían sido usuarias en el centro de día del Raval o tenían seguimiento de los educadores de calle.
Uno de cada tres sinhogar muerto vivía a la intemperie y, de media, murieron con menos de 60 años, una edad en la que en una ciudad como Barcelona no suele morir. De hecho, la esperanza de vida en la calle es de 25 años menos que la población general. "La calle mata", suelen expresar las entidades sociales que acompañan a estas personas, que a menudo arrastran enfermedades físicas, trastornos mentales, adicciones o abandonos familiares. Raíces mantiene vivo el recuerdo de los fallecidos a través de su página web, donde recopila los nombres.
En el último recuento organizado por Arrels se contabilizaron 1.500 personas durmiendo en las calles de Barcelona. Por anteriores encuestas se sabe que la mitad llegan a la ciudad esperando mejorar las condiciones de vida, pero la falta de documentación, las circunstancias personales o la mala suerte hacen que acaben cayendo en el sinhogarismo. Además, uno de cada cuatro se encuentra a la intemperie después de haber perdido su vivienda por no haber podido pagar la hipoteca o el alquiler. Ara.cat
España vive una paradoja económica. Es innegable, y así lo ratifican análisis y estadísticas internacionales y nacionales, que es la gran economía avanzada que más crece: tiene más trabajadores que nunca (22,4 millones), el paro más bajo desde la crisis financiera, las grandes empresas presentan beneficios históricos, se atrae inversión de todo el mundo y la Bolsa bate récords, como ha hecho esta semana. Sin embargo, también con las estadísticas en la mano, sigue sufriendo un problema de desigualdad con unas tasas de pobreza insólitas para ese desempeño macro. Esa pobreza se está cronificando y la mejora del empleo y de los salarios no la logran reducir. El 13,6% de la población española, unos 6,7 millones de personas, vivió el año pasado en situación de carencia prolongada, según Eurostat. La definición de pobreza persistente es que fueron pobres ese año (con una renta disponible inferior a 11.584 euros anuales por persona, según la fórmula empleada) y en al menos dos de los tres anteriores. El dato ha crecido dos puntos desde 2023 y es la peor cifra desde la pandemia.



Lo queramos o no, es la lógica del sistema capitalista ( aunque haya algunos "expertos" que digan que vivimos en una dictadura comunista, que mira que los hay imbéciles): unas cosas van bien y otras mal.
ResponderEliminarLa iniciativa de las cajitas es una manera de dar visibilidad a gente que, para la mayoría, es invisible.
Saludos.
Arrels hace mucho más que cajas de cartón y homenajes a fallecidos en la calle, ayuda y acoge a mucha gente, aunque cierto es que los hay que no quieren ser acogidos
EliminarPues muy bonito, pero ¿todo se queda en eso, en perfomances buenistas?
ResponderEliminarArrels, hace mucho más que cajas de cartón y homenajes a fallecidos en la calle, ayuda y acoge a mucha gente, aunque cierto es que los hay que no quieren ser acogidos
ResponderEliminarEl Comedor de las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta da de comer cada día a más de 400 personas, incluso en plena pandemia, en que les preparaba bocadillos porque no podía acogerlos en el comedor.