Como no dijo George Orwell, todas las víctimas son iguales, pero algunas son más iguales que otras. ¿Por qué ciertas injusticias generan grandes protestas y otras no? ¿A qué se debe que uno elija volcar su energía a favor de determinadas causas mientras otras, igual de justas, pasan desapercibidas? - John Carlin en la vanguardia.

Hablamos de protestas en los países democráticos, como España o Francia, donde son más comunes que en aquellos donde rechazan los valores democráticos, como Rusia o China. Hablamos de causas como la palestina, que no inciden directamente en las vidas de los que salen a protestar. Y hablamos también, muy específicamente, de la izquierda, del tipo de gente que dentro de sus propios países defiende la igualdad de género o a los inmi­grantes.

La gente de derechas no entra en esta conversación porque no suele expresar mucho repudio hacia las violaciones de los derechos humanos en tierras lejanas. Si votas por Vox o por el PP, difícilmente vas a salir a la calle a denunciar a Israel, por ejemplo. El altruismo –aquella idea del amor por el otro, de que nadie es una isla, de que el dolor de uno es el dolor de todos– resuena más en la izquierda que en la derecha. Curioso, ya que si eres de derechas, es más probable que practiques la religión. Pero ahí está. Lo dejo como una pequeña reflexión para que hagan con ella lo que quieran, y vuelvo a mi argumento.

Ya he mencionado a Palestina e Israel, y no por casualidad. Los palestinos son las supervíctimas de la izquierda internacional; los israelíes son los supermalos. Las demás víctimas y los demás malos apenas merecen una mención. No lo interpreten como un rechazo a los que se interesan por el sufrimiento de los palestinos. Al contrario. Es admirable. Pero que unos jueguen en Primera y los demás en Segunda no deja de ser una expresión más de lo contradictorios que somos los seres humanos.

Empecemos con tres ejemplos de casos que, como el palestino, han provocado acusaciones de genocidio, pero que la izquierda pasa por alto.

Primero, el conflicto en Sudán, donde han muerto 400.000 personas, 12 millones han tenido que huir de sus hogares y unos 25 millones conviven con el hambre. Es una guerra civil cuyas peores atrocidades las comete un bando llamado las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), que recibe el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos. Leo mucho sobre el tema. Leí esto: que el año pasado una milicia árabe de las FAR atacó un pueblo, masacró a todos los hombres y a los chicos mayores de diez años y luego violó a las mujeres y a las niñas. Según testigos, un líder miliciano declaró: “No queremos ver a ninguna persona negra aquí”.

¿Por qué el sufrimiento de los sudaneses, los rohinyás y los ucranianos causa tan pocas protestas?

El horror sigue a diario. Sigue hoy mismo. Sucesivos gobiernos de EE.UU., el de Trump incluido, han denunciado la situación en Sudán como, sí, “un genocidio”. Anthony Lake, que fue consejero nacional de Seguridad de Bill Clinton y luego dirigió Unicef, dijo: “Es como Gaza, que ya es lo suficientemente horrible, pero peor”.

Segundo ejemplo: Birmania, donde las víctimas son la etnia rohinyá, musulmana. Conozco el tema. Estuve en Bangladesh hace unos años escribiendo un reportaje sobre los refugiados rohinyás (hoy un millón) que han huido de la represión del Gobierno militar de su país. Cuentan de masacres, violencia sexual, hambre como instrumento de guerra. La ONU ha acusado a los militares, una vez más, de “genocidio”. Sin embargo, durante la reciente Asamblea General de la ONU, una delegación rohinyá rogó al mundo que pusiera presión al régimen militar de su país, pero poco caso se le hizo.

Tercer ejemplo: Ucrania. Ya. Se le ha hecho mucho caso. Hay mucho apoyo político y militar a Ucrania desde la invasión rusa a gran escala de febrero del 2022. Van unos 1,5 millones de víctimas en ambos bandos entre muertos y heridos, todos como resultado del delirio imperial de Vladímir Putin. La intervención rusa ha sido descrita por varios países y organismos de derechos humanos como “genocidio”. Pero la izquierda guarda silencio. O, si dice algo de vez en cuando, nada que ver con la furia que le despierta la invasión israelí en Gaza. ¿Protestas ante las embajadas rusas? ¿Manifestaciones multitudinarias en Barcelona, París o Londres? Si las ha habido, pocos se han enterado.

Entonces, ¿por qué Israel-Palestina concentra prácticamente toda la atención internacional de los bien intencionados camaradas? ¿Por qué el sufrimiento de los palestinos provoca su compasión y el de los sudaneses, los ro­hinyás y los ucranianos poca o nada?

La izquierda sigue el viejo reflejo de que si el imperialismo yanqui está a favor, nosotros, en contra

Un motivo por el que la izquierda protesta contra Israel y no contra Rusia, he oído decir, es que Ucrania ya tiene suficientes aliados y Palestina no tantos. Algo así como que son la voz de los sin voz. Bueno, hasta cierto punto. Aunque bastante voz sí tienen, diríamos. Pero, si ese es el argumento, cuánto más motivo (¿no?) para salir en defensa también de las víctimas de la guerra civil de Sudán o del régimen de Birmania, que no tienen voz alguna, que no reciben ni el uno por ciento de la atención mediática que recibe el conflicto en Tierra Santa.

Es más difícil definir quiénes son los buenos y los malos en Sudán, es verdad, con lo cual es más difícil saber contra quién protestar o dónde colocar la indignación moral. ¿Pero qué tal denunciar a los emires de Abu Dabi o Dubái y montar una campaña ante los gobiernos de la Unión Europea y de EE.UU. para que intervengan en plan “Stop Genocidio” y a favor de un plan de paz? ¿Y qué tal pedir que hagan lo mismo en Birmania? Parece que a nadie ni se le ha ocurrido.

La conclusión a la que todo esto tiende es que la izquierda no elige sus campañas internacionales según el grado de las violaciones de los derechos humanos sino en función de otros factores. Uno de ellos sería­ el viejo reflejo de que si el imperia­lismo yanqui está a favor, nosotros tenemos que estar en contra. Otro, que durante más de medio siglo Israel-Palestina ha acaparado la atención mundial como ningún otro conflicto, a expensas de muchísimos más. Se entiende en buena parte como­ una cuestión de hábitos, de tradición, de inercia. Lo que no niega la verdad, creo, de algo parecido a lo que dije al principio de esta columna, que todas las víctimas de lo que se llama “genocidio” deberían ser iguales, pero algunas son más iguales que otras.