Se enteró por la radio. Habían expurgado las bibliotecas porque ya no tenía sentido conservar tantos libros. Casi nadie los usaba en un mundo más parecido a las oficinas viriles de un banco que a un ateneo sentimental. Era más rentable utilizar los viejos espacios para otros fines. A lo largo de dos días se cargaron de libros los camiones de la basura para llevarlos a un vertedero situado en la carretera del Progreso, a cien kilómetros de la ciudad. Las sombras polvorientas de las estanterías iban a ser habitadas por los negocios de siempre y los nuevos circuitos de la comunicación. Como un derrame de hidrocarburos en la corriente de un río, empezaron a extenderse las consignas de la utilidad, las prisas y los cálculos. Pero si yo creo en la utilidad, se atrevió a protestar un libro, mientras era agarrado por los operarios para lanzarlo al camión de la basura. Vamos a ver, yo siempre he pertenecido al futuro, quiso decir otro, y llevo entre mis páginas una idea de progreso, insistió, mientras su lamento se perdía camino del estercolero.
Cuando se enteró de lo sucedido, el lector pensó que era buena idea acercarse hacia los territorios de la basura. Tal vez pudiera salvar allí algún ejemplar valioso. El custodio de los libros, ahora un guarda de estercolero, le orientó hacia un extremo del barranco. El camino era muy desagradable, un espectáculo de escombros, desechos orgánicos, estanterías rotas y piltrafas malolientes. Acostumbrado a la melancolía de las ruinas, al paso lento de los siglos y las civilizaciones, el lector se vio envuelto por un paisaje sin poesía, con ratas que dibujaban una red de improperios. La basura tiene mucho de autorretrato para el instinto animal. Estamos llamados a descomponernos, sintió el lector, mientras descubría un cadáver sobre la cochambre. En el bolsillo del cadáver, parpadeaba la luz de un teléfono móvil. Lo seguían vigilando desde el otro mundo.
La realidad suele superar a la ficción, véase esta historia de la Biblioteca de los libros salvados de Ankara. (video)
En medio del valle Imrahor, al sur de Ankara, se levanta una vieja fábrica de ladrillos. En un descampado en el que enfilan un centenar de camiones de basura. Un lugar al que no terminan de llegar los ruidos de la ciudad en ebullición. La deteriorada construcción es un armatoste de dos pisos con paredes que alguna vez fueron granates o anaranjadas. Los signos de más de dos décadas de abandono. Pero hace un año y medio que este edificio tiene nueva vida. Como el tesoro que desde hace ocho meses guarda, en estanterías, a lo largo de su pasillo: libros salvados de terminar en el vertedero.
Esta es la historia de cómo los recolectores de basura del distrito de Cankaya, en la capital turca, han transformado ese ruinoso edificio en una singular biblioteca. Construida, palmo a palmo, con obras encontradas entre los desperdicios. Esos libros que sobran en las casas y se desechan sin más. Ejemplares olvidados por unos que se tornan valiosos para otros. En poco tiempo, la curiosa iniciativa de los limpiadores turcos ha acaparado la atención del país entero. Y ha dado la vuelta al mundo, al punto de que hasta CCTV-13, el primer canal de noticias de China, ha transmitido desde sus instalaciones. Vestido con el característico uniforme, en verde claro y oscuro, Dursun Ipek cuenta en un vídeo la génesis del proyecto. El recolector -fornido y que ronda los 50 años- dice que un día él y sus compañeros encontraron unas bolsas junto a los cubos de basura. En su interior descubrieron decenas de libros en buen estado. A ese hallazgo le siguieron otros similares. Después de hablar con sus jefes, y ante la creciente presencia de libros entre los residuos, optaron por crear la biblioteca.
Parece un relectura o una reescritura del libro de Bradbury. Estremece e ilusiona con esa luz que se abre al final.
ResponderEliminarSaludos.
Es un cuento muy inquietante al final. Y la historia real de la Biblioteca de Ankara muy bonita.
ResponderEliminarSaludos.