261. En los tejados. Cencellada en la hierba lastimada de los jardines. Cencellada en las vías del tren obsoletas. Como un aviso del invierno que creías olvidado y se instala de madrugada solapadamente. Te engañas con los colores mutantes de la ciudad. Tu cuerpo aterido no entiende de miradas. Te grita desde sus escalofríos, escribe, el escribiente perplejo.
He llegado a la conclusión después de un largo estudio de cinco minutos, de que la palabra és única i autóctona de Valladolid, seguramente de Don Miguel Delibes o del acerbo popular. Pero, ailas, ahí entra en acción La IA Copilot: Según el Tesoro de los diccionarios históricos de la lengua española de la RAE, cencellada es una palabra antigua ya documentada en el español clásico. Su significado tradicional es:
“Vapor que por la noche se condensa en la atmósfera”, es decir, una forma de escarcha o rocío helado.
La palabra parece derivar de una raíz onomatopéyica o expresiva relacionada con lo frío, lo rígido o lo que cuelga en forma de puntas, aunque su etimología exacta no está completamente clara. Lo que sí sabemos es que es un término genuinamente castellano, muy arraigado en zonas frías y húmedas de la meseta norte.
Y me sigue sorprendiendo Copilot en preguntarle sobre Don Miguel Delibes: "Los estudios sobre su obra destacan que Delibes tenía una obsesión hermosa: llamar a cada cosa por su nombre preciso, sin artificios ni adornos innecesarios. Esto lo subraya, por ejemplo, un análisis lingüístico reciente que revisa su legado en el centenario de su nacimiento. Delibes rescató y dignificó el habla campesina, la de los pueblos de Castilla, con sus giros, su ritmo y su sabiduría. No la caricaturizó: la elevó a literatura".
Y para acabar, una anécdota personal, que he contado de varias maneras, pero esta es la auténtica. Sabedor de que Don Miguel gustaba a primera hora de la mañana de pasear por la orilla del rio Pisuerga de su Valladolid, híceme el encontradizo para interpelarle y hablar con él, pero en el momento justo de cruzarnos, mi respeto y admiración hacia él, pudieron más que mi pequeña cuota de vanidad estúltica, y me limite a soltarle un nervioso y apresurado, buenos días Don Miguel.

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