Pero, ¿qué es un mundo desconocido?
Un "mundo desconocido" puede ser un mundo en el que, aunque sigamos desayunando café con leche y los árboles sigan siendo más lentos que las nubes, no sabemos lo que está pasando realmente a nuestro alrededor. Sabemos sin duda lo que ya ha pasado y podemos medir la envergadura disruptiva de algunos de los acontecimientos de los últimos doce meses. Se me ocurren, entre otros, estos seis: el genocidio de Gaza, el alineamiento geopolítico de EEUU con Rusia y China, el suicidio de Europa, el fin de la democracia como modelo y como deseo, la amnesia de la destrucción ecológica y la revolución cognitiva de la Inteligencia Artificial. Y un séptimo asociado a los anteriores, como su corolario y su contexto: el regreso del fascismo. Durante algunos años hemos insistido en las diferencias entre la sociedad actual y el período de entreguerras del siglo pasado y hemos probado distintas fórmulas alternativas (neofascismo, destropopulismo, fascismo 2.0, etc.). Este año de 2025, ya moribundo, ha sido aquel en el que todos los demócratas, de una filiación u otra, hemos acabado por aceptar que la historia no solo rima sino que realmente se repite. Hitler está muerto y no va a resucitar; Trump tiene el pelo de color naranja y no ha leído un libro en su vida. Pero es el mismo fascismo el que ha vuelto en un mundo distinto, ahora repleto de armas nucleares, erosionado por el cambio climático y colonizado por nuevas tecnologías mucho más potentes que la radio y la televisión. Su chasis, sin embargo, es el mismo: desprecio ostentoso de la democracia, reivindicación bravucona de la violencia y señalamiento potencialmente eugenésico de las minorías. Nada de esto empezó el año pasado y muchos finos analistas vienen inventariando indicios y lanzando alertas desde hace dos décadas, pero las transformaciones epocales, mediante goteo y acumulación, alcanzan los cuerpos en un momento concreto dado. Las gripes se incuban largamente antes de la aparición de la fiebre. 2025 ha sido el año de la fiebre.
Enumeramos una y otra vez este inventario y buscamos una explicación. ¿Por qué vuelve el fascismo? Como consecuencia del neoliberalismo. Como consecuencia de la hipocresía europea. Como consecuencia de las tecnologías de la información. Como consecuencia del elitismo de la izquierda. Como consecuencia de las distopías programadas en Sillicon Valley. Como consecuencia de la desigualdad social. Como consecuencia de la disolución de los vínculos colectivos. Como consecuencia del miedo al colapso ecológico. En realidad no sabemos qué ha pasado, qué está pasando, salvo que la confluencia de todos estos factores, políticos y económicos, ha desprendido una cualidad inconmensurable, trasladada al pensamiento y a la conducta, que ninguna medida concreta puede ya desactivar. No me fío en absoluto de los predicadores de izquierdas que aseguran saber qué tecla hay que apretar para desconectar del fascismo a las mayorías sociales (¡la vivienda! ¡el anti-imperialismo! ¡leyes progresistas!). No es una tecla sino un piano o, mejor dicho, el órgano gigantesco de una catedral; habrá que tocar muchas teclas y a muchas manos, pero sin hacernos demasiadas ilusiones. No sólo vivimos ya en un mundo desconocido. Estamos pensando y obrando dentro de un mundo desconocido. Y en él la izquierda oscila sin parar entre dos tentaciones: la del cero y la de la repetición. Las dos son inútiles.
Un "mundo desconocido" es un mundo en el que no sabemos lo que está pasando realmente y en el que, por tanto, tampoco sabemos qué va a pasar. Leo estos días un libro magnífico del historiador Peter Brown, especialista en la antigüedad tardía, en el que cuenta con detalle un proceso semejante: el modo en el que, en el marco del Bajo Imperio, la civilización de Roma se volvió poco a poco un "mundo desconocido" en el que los cristianos pasaron de las catacumbas al palacio imperial, los obispos sustituyeron en la corte a los filósofos y la paideia greco-romana fue reemplazada por los sermones de Ambrosio y de Agustín mientras los bárbaros, que llevaban décadas lamiendo las fronteras del imperio, asaltaban y destruían Roma y Cartago. Que no sepamos qué va a pasar quiere decir -es verdad- que podría pasar cualquier cosa, buena o mala, salvo porque el miedo al futuro, fruto de las transformaciones mencionadas, suele precisamente atraer a los bárbaros, de los que se espera, junto a la violencia, una salvación fulminante y una renovación auroral.
Porque, en último término, un "mundo desconocido" es, sobre todo, un mundo en el que ya no conocemos a los demás. Y en el que ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Hace unos meses, citando a Gramsci, hablaba yo de una "transformación molecular hacia el canibalismo" para hablar de esta miríada de procesos individuales personalísimos en virtud de los cuales las personas más decentes renuncian a la ética y a la democracia como incompatibles con la nueva "seriedad" y "sensatez" del sentido común. Un "mundo desconocido" es, en efecto, un mundo en el que, de pronto, no sabemos ya lo que podemos esperar ni de los otros ni de nosotros mismos. Pero -ay- en los mundos en los que ya no conocemos a nadie puede ocurrir, sí, cualquier cosa.
¿Los mundos conocidos son necesariamente buenos? No. No lo eran el Imperio de Nerón o el de Diocleciano, que "tranquilizaban" la vida de millones de súbditos, del Danubio al norte de África. Pondré un ejemplo actual. Un mundo conocido era ese de 1973 en el que para pasar de Salvador Allende a Pinochet era necesario un golpe de Estado promocionado por los EEUU. A Pinochet lo comprendíamos todos, para combatirlo o para apoyarlo, en el molde cognitivo de la Guerra Fría. Un mundo desconocido (en el que no sabemos qué esperar ni de nosotros ni de los demás) es un mundo en el que se transita, en cambio, del socialista Boric al fascista Kast en tan solo cinco años sin necesidad de ninguna violencia militar. En el mundo conocido había golpes, desaparecidos, guerras, todo ello dentro de un orden familiar; y había organizaciones civiles, sindicatos, movimientos de resistencia armada, todo también dentro de un modelo inteligible. En el nuevo mundo desconocido, a Kast, a Milei, a Trump, a Bukele no lo comprenden ni sus propios votantes. Esto quiere decir que, si se celebrasen nuevas elecciones, todos ellos podrían salir derrotados. Pero quiere decir también que -pues en estas condiciones puede ocurrir cualquier cosa- es muy posible que no las haya de nuevo o que adopten la forma de plebiscitos mafiosos de urgencia apocalíptica.
¿Qué se puede hacer entonces en un mundo desconocido? Intentar conocerlo. ¿Qué se puede hacer en un mundo desconocido en el que no conocemos ya a casi nadie? Intentar hacer amigos. Ninguna de las dos cosas es fácil ni probablemente eficaz. Pero en estos días, a punto de comenzar el año 2026 con más frío dentro que fuera del cuerpo, pienso en mi queridísima amiga Yayo Herrero, quien me decía la semana pasada que en la izquierda menuda teníamos que seguir el consejo de Aznar ("el que pueda hacer que haga") pero en la dirección opuesta: para preservar las instituciones, aunque no sean las que queremos, y para hacer nuevos compañeros, aunque no hayan leído a Gramsci. La única tentación que debemos evitar es la del derrotismo. Así que propongo contra mí mismo esta fórmula como propósito para el año nuevo: no quedarnos a solas ni siquiera para pensar. - Santiago Alba Rico - Filósofo, escritor y ensayista

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