Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no tiene ninguna base real, que da lo mismo hacer un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos tendemos a contemporizar con la vacuidad, es decir, alternativamente ya veces a la vez, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esta amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal. No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.
Tiene razón Cioran, pero también nos marcan los males violentos, los actos violentos, a pesar de que la reiteración los diluya y los haga soportables. El asesinato de 132 estudiantes y 9 profesores ayer en Pessawar en nombre de dios, es de los males sordos, sórdidos, por su bestialidad amparada en nombre de no sé qué Dios. No llegaré a entender nunca cómo se puede matar a nadie, y menos aún a inocentes en nombre de un dios, no importa de qué dios. De hecho este supuesto dios de los talibanes pakistaníes es la excusa, es la violencia por la violencia, matar por matar, por el placer de matar, sin motivo real, ni razón real, sin arrepentimiento ... he aquí el hombre en puro estado salvaje.