Nos lo miramos con la inocencia propia de quien desea un mundo donde todo el mundo sea feliz. Y sonreímos con la facilidad de quien aún no ha recibido ninguna bofetada. O ha recibido muy pocas. Y emociona pensar en la felicidad compartida, colectiva. Y nos quedamos perplejos ante lo incomprensible, desmesurado, desorbitado. Que se sale de la propia lógica a pesar de ser la lógica de otra persona. Perplejidad que hace pensar en el concepto de "razón en minúsculas" utilizado por el filósofo Javier Muguerza. Un discurso donde la capacidad de autocrítica y argumentación no impositiva son necesarios para construir un diálogo fructífero. Las razones del otro, dice, de cada uno, deben ser argumentativamente desarrolladas, no sólo expuestas. Pero si no hay comprensión, ni argumentos, ni respecto no puede haber diálogo. Lo que podría ser simple se hace complejo. Como una bola de nieve, que comienza pequeñita y se va haciendo gigante.