EL TAXI DE ESSAOUIRA


"Estoy en Marruecos, en un lugar concreto de Marrakech, donde están los curtidores de pieles, un hombre me da las llaves de un coche para que le acompañe, es un viejo FIAT de color beige, se sienta a mi lado y me va indicando el camino. Circulamos por callejuelas estrechas llenas de gente que no se aparta y se han de escampar a base de tocar insistentemente la bocina. Finalmente llegamos a las afueras de la ciudad y el hombre me indica que el deje allí.

Entonces me da un dinero que es el importe que marca el taxímetro ya que estaba conduciendo sin saberlo un taxi. Detiene él mismo el taxímetro y me da las instrucciones para devolver el taxi a su propietario en Essaouira.

Atravieso una carretera solitaria, desértica y mal asfaltada donde circula ganado, bicicletas, motocicletas y algún camión hasta llegar a las afueras de Essaouira. Allí en una amplia avenida aparezco en un piso grande y soleado, muy grande y muy soleado, lleno de mujeres y niños que preparan alguna fiesta especial. Trafican arriba y abajo de la vivienda mientras los niños juegan por enmedio alborotados. Me ofrecen un té y espero a que llegue la persona a quien debo dar las llaves del taxi. No es pero un hombre, es una extranjera de mediana edad, pelo castaño y con un vestido marrón largo y desgarbado como ella. Es británica me dice, y hace diez años que vive aquí. Me encanta esta tierra y esta gente, y este sol que nunca los abandona.

Ya no estoy en piso grande y soleado. Estamos charlando con la mujer británica en plena calle. Mientras, pasa un señor encima de un burrito con un enorme sombrero de paja que nos saluda sonriente. Continúa el hombre su camino y de repente una enorme explosión nos ensordece, caemos la mujer y yo al suelo por la fuerza de la onda expansiva que deja tras de sí una nube de polvo que no permite ver nada. Toso por el polvo que se me ha impregnado en los pulmones y lo mismo hace la mujer. Se oyen gritos, lamentos, llantos y alaridos y a medida que se esparce el polvo provocada por la explosión contemplamos asombrados con la mujer las ruinas de lo que había sido el bloque de pisos donde estaba el piso grande y soleado con las mujeres traficando arriba y abajo y los niños jugando alborotados.

No ha servido para nada, exclama la mujer, no ha servido para nada. . . "

. . . y aquí se acabó el sueño de esta noche, un sueño digno de un día de Sant Jordi. A diferencia de la mayoría que se borran de la memoria sólo levantarte, este lo conservo todavía a las 16 horas bien fresco, y lo estoy visualizando mientras escribo, en colores claro, en colores de Essaouira.

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