Todos los Bartleby que han sido, son y serán, podrían haber sido invadidos por la teoría del pánico, ante la responsabilidad que su obra, del tipo que sea, en un momento determinado pudiera o llegara a ver la luz. Lo analiza Vila Matas en Bartleby&cia. ...

"Señor Rulfo, ¿por qué lleva tantos años sin escribir nada? Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias. Este libro habla de los que dejan de escribir (Rulfo, Rimbaud, Salinger...) e indaga en los motivos de cada uno para preferir no hacerlo. Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que, cuando se le encargaba un trabajo o se le pedía que contara algo sobre su vida, respondía siempre, indefectiblemente diciendo: Preferiría no hacerlo..."

Cualquier obra, en la intimidad de uno mismo, despotricando a diestro y siniestro y rompiendo o no las normas establecidas, da un punto de impunidad que no genera el pánico. Este, puede comenzar en el mismo momento en que el autor al mostrar su obra y por tanto al salir de su trinchera, es descubierto por el público. Entonces, el estado de conciencia cambia, aparecen los sentidos: responsabilidad, ridículo, y sobre la necesidad de al menos en el caso de continuar, igualar o mejorar lo ya hecho, y la gran pregunta: si ya se ha expresado lo que se pensaba, lo que se quería decir, porque decir nada más?, con el peligro de repetirse. En este momento en que el pánico hace acto de presencia y que supongo cualquier artista consciente en un momento u otro experimenta, la reacción puede ir en dos direcciones: Seguir trabajando con el riesgo de repetirse constantemente y entrar en el engranaje comercial,a menudo bastante rentable, o refugiarse en el no, Bartlebitzarse, por propia coherencia. No es una decisión fácil de tomar y me temo que más que uno mismo, quien la adopta es el propio estado de conciencia de cada uno. A nivel personal, confieso que no me hubiera gustado tenerlo ya todo dicho a los veinte años como Rimbaud, o como nos decía Cioran que a los veinte sabía exactamente lo mismo que a los sesenta, que estos cuarenta años habían sido una simple y pesada tarea de comprobación de lo que ya sabía. Sobre todo porque en ambos casos no es verdad y si un acto de vanidad. Sólo se sabe lo que se sabe que no es mucho, pero a pesar de las carencias uno aún no ha perdido la capacidad de sorprenderse ante las cosas. No ha sido pues invadido por el pánico (aunque) seguramente por un cierto estado de inconsciencia que siendo honesto, tal y como está el paisaje, no creo sea tampoco malo del todo. Al fin y al cabo no soy el único inconsciente.