Existe una frase de Ciorán que conmueve hasta los huesos a cualquiera que alguna vez haya tomado a la filosofía como obsesión. La frase es del comienzo del ensayo Adiós a la filosofía: “Me aparté de la filosofía en el momento en que se me hizo imposible descubrir en Kant ninguna debilidad humana, ningún acento de verdadera tristeza; ni en Kant ni en ninguno de los demás filósofos  ... por otra parte, la filosofía – inquietud personal, refugio junto a ideas anémicas – es el recurso de los que esquivan la exuberancia corruptora de la vida”.
Hablaba de una conmoción en las líneas de arriba porque lo que dice Ciorán respecto a la filosofía es cierto, implacablemente cierto al menos para la obra de los que entendemos como filósofos tradicionales. Kant – no es gratuita la elección simbólica de Ciorán – es el colmo de esa actitud, un hombre que piensa como una máquina, que apenas si sale de su domicilio, un hombre que más que hombre es un método. La filosofía es inhumana, el filósofo especulativo serio debe extirpar de sí todo rastro emocional para tratarse de “tu-a-tu” con la verdad. La vida de Kant, inmensamente penosa y monótona si la consideramos desde una medida estándar, no puede ser triste porque la tristeza es una emoción. La filosofía se aferra a la Idea (platónica, cartesiana, hegeliana o la que se pretenda), al pensamiento, ese decir: al factor más raquítico en la óptica de Ciorán. La filosofía no vive, sino que piensa.