Cuando somos pequeños el mundo es muy grande, hablábamos ayer con amigo, de qué manera te sorprendía volver a ver casas, plazas, edificios o en el caso de este amigo el patio de su escuela, que recordaba muy grande de su infancia y como de pequeño lo veía ahora. 

Quizás por eso conseguimos a veces recordar más o menos distorsionados aspectos que nos han marcado en esta época del comienzo de nuestra vida. Dicho esto, he recordado un hecho que me pasó a los cuatro años, la imagen final la puedo revivir mentalmente con una enorme nitidez todavía a día de hoy.

Un día de reyes del año de 1949 estaba en Sant Feliu de Codines pasando las fiestas de Navidad con los abuelos, de hecho nací en aquella casa, al lado de can Garriga. Mi abuela hacía corsés (cotilles) y por eso era la Maria de Can Cotillaire y mi abuelo Lluís, era una especie de distribuidor de Aceites Gambus de Sabadell donde trabajaba mi padre (de hecho lo hizo toda su vida laboral y uno poco más) y claro, era en Lluís de l'Oli.

La casa de mis abuelos (ahora derribada como gran parte de mi pasado) era grande, no tanto cómo sería si la pudiera ver ahora, pero grande. En la entrada había dos enormes puertas de madera siempre abiertas y una mampara de madera acristalada hacía la separación con la calle. En la entrada a mi derecha se ponía el pesebre y hacíamos cagar el tió, había una mesilla redonda con cuatro sillas y un brasero en invierno, donde se atenían las visitas o se estaba de palique. Otra mampara de cristal separaba la entrada, del comedor, en cuyo fondo a la derecha había la despensa. Un pasadizo llevaba a la comuna (antes se llamaba así) que estaba a fuera, antes pero estaban las escaleras que llevaban arriba a las otras plantas y la cocina donde traficaba la abuela Maria. Al lado de la casa había pasado algún verano Maria Aurèlia Capmany, o al menos esto me había explicado mi madre, y delante había "Can Rodo" de la familia acomodada de los Rodó, el Ministro franquista Laureano Lopez Rodó.

Bien, en este pequeño gran mundo transcurrían mis fines de semana y aquél, el del día de reyes del año 1949 no lo olvidaré nunca. No se si me llevaron nada más, pués antes no era como que a los niños les llevan la tienda entera de juguetes, pero si recuerdo me llevaron una pelota que me hizo mucha ilusión, la desenredé e hice lo que hace todo niño que se precie con una pelota: chutarla, solo que ésta, la pelota que los reyes del Oriente me habían llevado era de chocolate y al chocar contra la puerta de madera de la entrada se desmenuzó como la verdad, en mil añicos. El disgusto fue terrible y decía mi madre que me costó mucho digerir, y aún a dia de hoy puedo recordar con nitidez el momento.