Creéis que un ministro, un hombre distinguido, tiene tal o cual principio, y lo creéis porque se lo habéis oído decir. Por consiguiente, os abstenéis de pedirle tal o cual que le pondría en contradicción con su máxima favorita. Pronto sabréis que habéis sido engañados, y le veis hacer cosas que os prueban que un ministro no tiene principios, sino únicamente el hábito, el tic de decir tal o cual cosa según le convenga, decía Chamfort. Lo que sucede es que los principios y la memoria de los ministros dura como la de los peces, y a los que les sufrimos, solo nos queda el consuelo de las hemerotecas y videotecas que deberían avergonzarlos, si tuvieran un poco de dignidad y ética, que no es el caso.
Ya no existe la Inmaculada Concepción
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*No, esta tienda de muebles ya no existe, hace unas semanas que ha
cerrado, pero nos queda el recuerdo y la impronta de su cartel anunciante.*
*Intuyo q...

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