Benedict Cumberbatch, el actor que ha dado el salto al cine tras su interpretación del detective creado por Sir Arthur Conan Doyle a Sherlock, ha decidido tomarse un respiro de cámaras, y lubricar los engranajes de su método de interpretación en las tablas del Barbican, el famoso teatro londinense. Hace ya 12 semanas entre bambalinas, reinterpretando en esta ocasión otro clásico, pero de William Shakespeare.
Visiblemente irritado por las cámaras y luces rojas entre la platea durante una escena de Hamlet, al salir recriminó a algunos de sus fans, que esperaban a su ídolo a las puertas del Barbican, que lo grabaran. «Puede que no haya sido ninguno de vosotros, pero me deslumbra, obviamente. Es humillante », les ha comentado.
Irritado por los que acuden a presenciar una obra y necesitan colgarla en las redes sociales, el actor ha regañado al público que acudió a verle por no disfrutar del directo, ya que para Cumberbatch «no hay nada que sea menos agradable como actor en el escenario de experimentar esto». «Yo no puedo daros la actuación que quiero dar y esperar que recordéis este directo cuando vosotros en vez de poner la atención en el escenario la tenéis en vuestros teléfonos», concluyó el actor, famoso por su buen humor durante las galas de premios, en las que siempre procura hacer la gracia con alguno de sus «photopbombs».

No es el único que se queja, José María Pou hacía lo mismo hace unos días en el Periódico, y es que cuando se habla de la sociedad del espectáculo, es también por estos actos, estas tonterías de una sociedad aburridamente idiota e inconsistente, instalada en una banalidad aún más aburrida. Si vas a ver una obra de teatro guárdate el teléfono desconectado en el bolsillo, parece tan elemental que no haría falta ni recomendarlo, pero no, todos tienen que ir con el telefonino a todas partes haciendo fotos de todo, como paparazzis de la banalidad, sin respetar nada, y lo que es peor, entender nada. Como dice Cumberbatch y Pou también, ni el que hace las fotos capta la interpretación de los actores en toda su intensidad, ni los actores se pueden concentrar en hacer el máximo de bien su trabajo.

Quizás se deberá terminar poniendo taquillas en la entrada del teatro donde dejar los móviles que se recogieran en la salida, y por supuesto quien no lo haga, deberá ser expulsado de la platea, no por incívico, sino por capullo.

Si ya molestaba a los actores y público la cosa de la tos, difícil de evitar, ahora es ya con los móviles disparando flashes, el acabose. Algún día, algún actor, al primer flash de un móvil en plena actuación, abandonará molesto el escenario, y tendrá - por supuesto - mi aplauso.