La filtración de los 'papeles de Panamá' ha puesto el culo de la naturaleza humana de nuevo ante el espejo. Políticos, empresarios, balones de oro, directores de cine, premios Nobel, nadie escapa a la ley universal que certifica que a toda cabeza le acompaña un trasero, espalda mediante, y que una cosa es predicar y la otra dar trigo. Panamá nos dice lo que ya sabíamos, que hacienda somos todos menos uno mismo, siempre que pueda y sepa cómo dejar de serlo. La solidaridad más ambiciosa es la que se práctica con el dinero de los demás. Es más temido el inspector de hacienda que el dentista. Eso lo dice todo. La coartada moral de todos los panameños será más o menos la misma. Dirán que ya pagan muchos impuestos, que cumplen sobradamente con sus obligaciones, que lo único que han hecho es aprovechar las grietas de la legislación tributaria para «optimizar» sus aportaciones.

El padre teórico y práctico de la desobediencia civil, Henry David Thoreau, ingresó en prisión en 1848 tras negarse a pagar los impuestos a los que venía obligado como ciudadano americano por su disconfirmadad con un estado que mantenía la esclavitud y entablaba guerras que él consideraba injustas, como a su parecer era la que se libraba entonces contra México. Este es precisamente el espíritu combativo que se echa de menos en las caras, nombres y discursos de los ilustres titulares de offshores en Panamá o cualquier otro paraíso fiscal. Deberían tener arrestos para defender su actuación, para sacar pecho. En cambio silban con la cabeza gacha para disimular y a ver si escampa.

COBARDÍA

«Señores, ya pagamos bastante y no queremos pasar por tontos, y menos aún si la ley lo permite», debiera escucharse a coro y a voz en grito entre los panameños. Pero claro, para expresarse así uno no puede gobernar un país o ser ministro diciendo todo lo contrario a sus conciudadanos, o querer pasar a la historia como el realizador cinematográfico más comprometido socialmente o el futbolista que salvó medio mundo gracias a los fondos repartidos por su fundación.

Más que por driblar al fisco, legalmente vamos a suponer, los nombres de Panamá merecen escarnio público por su cobardía, por su doble discurso, por su hipocresía. Sean o no defraudadores sabemos ya que son cobardes y eso nos basta para señalarlos y avergonzarlos si los encontramos por la calle o nuestra opinión es requerida en una tertulia radiofónica, en la barra del bar o en nuestra frutería preferida. ¡cobardes! Nada que ver con los verdaderos herederos de Thoreau: Apple, Amazon, Facebook, Microsoft y tantas otras grandes corporaciones multinaciones, preferiblemente tecnológicas pero no solo, como queramos añadir a la lista. Ellas sí actúan a cara descubierta, sin disimulo, sin avergonzarse, dando por sentado que pagar impuestos es un exceso, un atropello, una coacción de la que uno tiene la obligación de zafarse a poco que sepa como hacerlo. Thoreau no estaba de acuerdo con la esclavitud ni con la guerra y no quería financiarla, ellas están a favor de sus accionistas y de optimizar su cuenta de resultados. Lo importante es tener principios y defenderlos con convicción.

CONVICCIÓN

Ellas saben que Europa también es Panamá. Un Panamá más cercano, sin un molesto océano de por medio, en el que no hace falta disimular, ni crear complejas redes de sociedades con administradores fantasma. Basta una sociedad matriz, muchas filiales comerciales, unos precios de transferencia acertados y la complicidad de los gobiernos locales -Luxemburgo, Holanda, Irlanda, entre otros- para negociar impuestos de sociedades y bonificaciones fiscales a la carta que se resumen, según informe del Parlamento Europeo, en un agujero en la recaudación fiscal de la UE de un billón de euros anuales, unos 2.000 euros por ciudadano, 8.000 para una familia de cuatro miembros, contabilizando fraude, evasión fiscal y planificación fiscal agresiva.

Los ciudadanos premiamos la coherencia. Por ello nos entusiasmamos haciendo cola a medianoche para ser los primeros en adquirir el nuevo modelo de teléfono cuando Apple toca el silbato, caemos rendidos ante cualquier alarde de exhibicionismo filantrópico de Facebook y agradecemos con entusiasmo la gratuidad del 'wi-fi' de Starbucks. No nos importa que estas grandes corporaciones se vayan fiscalmente de rositas. Adoramos sus logos, a sus ejecutivos con zapatillas y sin corbata, su lenguaje mesiánico y sus portales de responsabilidad social corporativa. Panamá es la puerta de servicio de los que quieren evitar la voracidad del fisco. La entrada principal está en Europa y los que acceden por ella son aclamados por gobiernos y ciudadanos. Pero que nadie se preocupe. Mientras insultamos a unos y celebramos a otros, los impuestos, los que haga falta, ya los pagaremos usted y yo. A gusto, por supuesto.










JOSEP MARTÍ BLANCH
Periodista
Europa es Panamá
@josepmartblanch
elperiodico.com