¡VERGÜENZA, EUROPA!


Nos puede parecer que ya sabemos que es un campo de refugiados, cuando lo hemos visto cientos de veces en la televisión, los periódicos o internet. También sabemos ¿cómo se supone que debe ser una guerra o qué pasa allí?. Todo el mundo lo sabe. Los niños lo saben, incluso los más pequeños. Pero no, en realidad no tenemos ni idea. No sabemos a qué huele la explosión ni qué color tiene la sangre cuando se trata de verla vertiéndose por todas partes. No sentimos el olor a pólvora ni nos hacemos una idea de lo que significa tener que irse de casa en segundos por que acaban de bombardearla. No sabemos qué es dejar nuestros recuerdos ni perder nuestros mejores amigos. Tampoco hemos visto morir a nuestros hermanos ni hemos oído gritar a nuestros padres.

Y de repente sólo quedas tú. Y marchas como puedes de casa y resulta que, entre las cuatro cosas que coges, una es el pasaporte. Y después te hacen atravesar por mar, pagando unos 2.000 euros, cuando podrías entrar por tierra o pagar 15 euros, que es lo que el resto de personas pagamos para ir de Turquía a Grecia. Y de golpe te encuentras solo, sin nadie, compartiendo una barca llena hasta arriba de personas que, como tú, se han visto forzadas a abandonar su casa para poder sobrevivir a una masacre. Y la barca vuelca, y con suerte consigues salir del agua. Ayudas a los demás que van contigo y si no hay mucha mala mar puedes llegar a la costa, donde nadie te estará esperando.

"No esperábamos que Europa nos recibiera así"

Y habrás perdido el pasaporte en el agua y entonces ya no tendrás documentación. Y no podrás volver a tener identidad. No serás nadie. Te tratarán de terrorista y te encerrarán en un recinto vigilado por policías. Estás cansado y triste y no lo entiendes. Parece que nadie sabe cómo has sufrido, tampoco han sido tus ojos ni han visto la barbarie que has tenido que ver. Sólo tú y los que han venido contigo saben cómo pesa el alma cuando está muerta.



esperanzas decepcionadas

Porque sólo tú ahora sabes que vivimos en un mundo donde predomina la avaricia y el poder, y el dinero es un absurdo objeto que hace remover algo a los que tienen derecho a decidir qué puedes hacer y dónde puedes ir. No eres libre. Y tú lo soñabas, siempre has querido salir de aquella pesadilla y, cuando por fin llegaste aquí, te da la espalda. A pesar de todo lo que has tenido que ver, has luchado y resistido por seguir viviendo. Has sido el más valiente. Y sigues confiando en las personas en lugar de estar enfadado con el mundo.

La llegada al campo no es fácil para nadie. Desde fuera, todos sabemos como es. Todos lo hemos visto mil veces. La estación de Idomeneo podría ser perfectamente cualquiera de las estaciones que forman parte del trayecto Barcelona-Portbou. Pero no lo es. Sí, hay un río cerca, campos floridos y, últimamente, incluso sale el sol de vez en cuando. También se puede oír cantar a los pájaros.

Cerca de las vías de tren, miles de tiendas de campaña con infraestructuras hechas de tela y plástico para protegerse de la lluvia. En los campos del borde hay niñas cogiendo flores y cantando. Parece mentira. Los días pasan y la gente parece que esté hecha a una situación que supera los niveles tolerables de surrealismo. Incluso hay tiendas, se han creado pequeños roles y dentro de la estación se ha construido una sociedad. A pesar de la impotencia, todo el mundo tiene una sonrisa a punto para compartir y ganas de charlar. La gente está asustada, no quieren dar una mala imagen en Europa. Temen que los muros que Europa está levantando sean por miedo al islam. El miedo siempre es el mejor aliado de la ignorancia.


Se pone el sol a Idomeni y, como cada día, Mohammed Dablan, que hace tres meses que está en el campo, comienza a encender fuego para hacer la cena. "No tenemos a donde volver, hemos invertido todo lo que teníamos para llegar hasta aquí. No esperábamos que nos recibieran así, en Europa", cuenta con la mirada perdida. Hace tres meses que muchos de los refugiados han tenido que reinventarse y adaptar su nueva vida en condiciones infrahumanas a la espera de una respuesta que parece que está en manos de unos que dicen que son los líderes de la Unión Europea .

Dentro del caos, los refugiados aparentan calma y muestran solidaridad entre ellos. Parece mentira como en las peores situaciones las personas son capaces de sacar lo mejor de ellas mismas. Las brasas calientan las ollas y de fondo empiezan a oirse unos jóvenes gritando. Han subido a un vagón abandonado y, con la ayuda de unos cuantos, lo empujan por las vías mientras llaman "Abrir las fronteras, no tenemos nada que perder". Uno de los más jóvenes empieza a correr hacia el vagón y tras él estalla un artefacto de gas lacrimógeno. La calma persiste en el campo y, cuando los efectos del gas desaparecen, en medio del humo el vagón continúa moviéndose. Parece que no todo el mundo entiende la desesperación de algunos y la policía decide acabar con los gritos de rabia de los refugiados, rociando a todos con más gas. En un momento el campo se convierte en una batalla entre los que huyen de la guerra y siguen encontrando en ella y los que, bajo órdenes y sin escrúpulos, disparan sin ningún tipo de razonamiento. En las afueras, madres e hijos huyen y esperan, aturdidos por el sonido de las balas, que el campo vuelva a calmarse. 

Un reportaje de ARA.CAT

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente