El conocimiento de sí mismo, el más amargo de todos, es el que menos se cultiva: ¿qué sentido tiene entonces sorprenderse a cada instante en flagrante delito de ilusión, remontar sin piedad hasta la raíz de cada acto y perder causa tras causa ante el propio tribunal?
Cada vez que olvido algo, pienso en la angustia que deben experimentar los que saben que ya no se acuerdan de nada. Pero algo me dice que al cabo de cierto tiempo se ven poseídos por una secreta alegría que no aceptarían cambiar por ninguno de sus recuerdos, incluso por los más excitantes.
Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan.

E.M.CIORAN