Visiblemente cansado por los hechos, no es que me apetezca mucho hacer balance de lo que ha sido mi paso por aquí. No me apetece y me da pereza, tal vez porque sé que estoy en quiebra técnica, o en suspensión de pagos - concurso de acreedores lo llaman ahora -
Que la parte del haber que son los agravios puede mucho más que el debe que son los hechos positivos, que los ha habido también, es evidente y no se puede negar. No tengo un asesor fiscal que remueva las cifras para maquillar el resultado. Aquí no vale ni se pueden hacer chanchullos. Se trata de rendirse cuentas a uno mismo y donde engañarse es un inútil juego de imbéciles.
Como todos he hecho lo que he podido o eso digo para justificarme. Como muchos, no he hecho gran cosa, quedándome a las puertas del poco o de la nada. Y no quiero venderme como una imagen irreal de mí mismo.
He fracasado, lo reconozco. ¿Y que? La lista es muy larga, mucho más que algunos creen o quieren reconocer, y no vale refugiarse en que la vida en sí ya es un fracaso; no es cierto, hay quienes han sabido, que han encontrado el punto justo de equilibrio entre el fracaso - ineludible - y el éxito al esfuerzo, al trabajo bien hecho, a la honestidad, a pensar menos en uno que en los demás, a darse y a darlo, sino todo lo que haga falta, de manera desinteresada.
He fracasado, porque he entendido demasiado tarde cuál era el camino por el que debía transcurrir mi vida. Ahora, ya es tarde, no es necesario ni se puede retroceder, ni hay ya nada que hacer para enderezarla, basta con esto pues y con  ello hay que conformarse. Otros vendrán a fracasar, a perderse el séptimo cielo de Jaume Sisa, para ellos pues este escrito, hijo del desencanto tardío. Karl Wolfovitz