BOLAÑO Y CUBA


La trinidad de Roberto Bolaño tuvo tres nombres: Chile, México y España (respetando el orden cronológico de su vida). ¿Quién desempeñó cada rol?, sería la pregunta que obcecaría a críticos y estudiosos. Sin embargo, a ratos Chile es el Padre y la más de las veces España [1]. Y México no puede ser el Hijo porque no hay espacio para una cabeza más en ese tzompantli.

Llegados al punto de las interpretaciones delirantes —luego de releer hasta el cansancio a Hommi Bhabha y compañía— se multiplican esos países y destinos: lugares de África (continente puesto en la literatura por Rimbaud, su destino recomendado desde hace siglos), la Alemania nazi o sus frutos desperdigados en América, los escritores norteamericanos que son un punto geográfico de meridianos sin otra indicación más (de Whitman a Burroughs a Philip K. Dick, como si fueran las indicaciones para unir tres puntos con líneas y formar un triángulo), hoteles, habitaciones, libros: todos permiten conformar un mapa imaginario. Y su arte cartográfico se emparenta con un mapa catastral, una carta de clima, los mapamundis de Coronelli o de Fray Mauro, una prueba dejada por los holandeses Blaeu, los mapas aztecas, la tabla de Peutinger, el mapa de Borges o el de Opicinus de Canistris.

Allí donde Bolaño se transforma en un cartógrafo aparecen esos cuervos que acechan su literatura —devenida la carroña predilecta de algunos círculos y personajes. Y como tales cuervos se multiplican cristológicamente hablando y como ya alertaba desde la primera línea: este texto pretende prevenir una lectura (la cartográfica), insignificante entre tantas, pero actuar desde la nimiedad (estéril es todo intento de atacar al Leviatán que es la paratextualidad alrededor de la escritura de Bolaño).

Si hubo un país al que Bolaño regresó una y otra vez fue Cuba. Nunca puso pie en la Isla (la persona que fue Roberto Bolaño), mas sí la visitó como una Virgen a su prima, como un detective al sospechoso que cree inocente pero que aun así está en la cárcel. ¿Y qué es Cuba? La Revolución y sus escritores. La Revolución no queda muy bien parada: "una película de gánster rodada en el trópico". A ratos catalogada con todas las letras: d-i-c-t-a-d-u-r-a —juicio que no hacía más que cerrarle a Bolaño las puertas y aduanas de la isla tropical, una ínsula que nunca visitó porque ya la conocía perfectamente, Lezama, Carpentier, Piñera y Arenas mediante.

Escritores nazis o aduladores, oportunistas o venerables. Allí "está" el cubano Ernesto Pérez Masón que en su novela La sopa de los pobres (1965) compone acrósticos con las primeras letras de cada párrafo, el mensaje antisemita que repetimos hasta el cansancio. Virgilio Piñera, el mejor traductor de Ferdydurke[2]. Carpentier como reminiscencia, los huérfanos de El siglo de las luces como fantasmas acosadores, ineludibles, magnificentes[3].

En Los detectives salvajes Arturo Belano y San Epifanio se distienden hablando de literatura en términos de mariconería, así gran parte de los escritores cubanos terminan catalogados como "mariquitas": Lezama, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Retamar (el horrible), Guillén (el penoso), Fina García (la inconsolable). Queda fuera de la enumeración Luis Rogelio Nogueras devenido "ninfa con espíritu de maricón juguetón".

Su Reinaldo Arenas es una criatura inocente, desamparada, lastimera. Lezama es su monstruo preferido. Un monstruo de Ulises Aldrovandi: mitad hombre y serpiente, con cresta de gallo y rizos. Basta leer "El misterio transparente de José Donoso" donde apunta: "En el gran teatro de Lezama, Bioy, Rulfo, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Sábato, Benet, Puig, Arenas, la obra de Donoso automáticamente se desplaza a un segundo plano y empalidece"[4]. De lo que pudiera derivarse la idea de que de existir un canon de la literatura latinoamericana (y en caso de que Roberto Bolaño lo subscribiera) comenzaría con Lezama y terminaría en Arenas.

El mayor homenaje a la literatura cubana radica en el personaje de Ulises Lima, resultado de la sumatoria de la pasión de Mario Santiago por Joyce y de la veneración a Lezama Lima. El tributo se vuelve elegíaco en Los detectives salvajes cuando evoca los días finales de Arenas en Nueva York, enfermo, moribundo, dictando su novela memoria, al borde y en el suicidio. Es tal el rubor que suscita el final de esa vida que en ningún momento es pronunciado ni indicado el nombre de Reinaldo Arenas, como si cierta superstición se escondiera tras ese sustantivo propio, como si se invocara a un espíritu que deberíamos dejar reposar.

Incluso en un texto dedicado a Enrique Lihn vuelve esa obsesión por el holguinero. En "Unas pocas palabras para Enrique Lihn" reaparece la víctima excelsa: "Esa lucidez [la de Enrique Lihn], en los años setenta, le costará el estigma y el anatema de la izquierda dogmática y neoestalinista que incluso llegará a acusarlo de connivencia con el pinochetismo. Esos mismo que entonces no levantaron la voz para defender a Reinaldo Arenas…"[5]

Como si el encumbramiento de Arenas no fuera suficiente para acarrear enemistades, Bolaño se muestra conocedor de la obra de José Martí, lo que resultaría una ofensa para algunos predios académicos, una ofensa al panteón heroico y al altar in litteris que es Martí en Cuba. Lo que no perdonarían teóricos (ni) nacionalistas es la anteposición de Arenas; que aun conociendo a Martí, Bolaño no se distienda en él, no le rinda tributo (como sí hace con Lezama).

Las menciones a la obra martiana son exiguas, casi nulas. En "El humor en el rellano" se dedica a escudriñar el dueto humor y literatura, y anota: "Los hay también excelentes prosistas y poetas en cuya obra el humor brilla por su ausencia. Martí es el máximo exponente de este tipo de escritores, pese a La edad de oro"[6].

Bolaño, además, escribe curiosas reseñas sobre libros y escritores cubanos fuera del canon bloomsiano. En su columna del diario chileno Las Últimas Noticias se ocupa de Norberto Fuentes y de sus Dulces guerreros cubanos (Seix Barral, 1999). Bajo el título "El alma vendida al diablo" devela a un Norberto Fuentes que se pavonea de su condición de privilegiado, seudoimitador de Hemingway. Habla en términos de indignidad, vergüenza, justificación, promesa venida a menos: "Norberto Fuentes ya no es un escritor, es un alma en pena"[7].

Cuando tiene que reseñar la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez, publicada por su editorial Anagrama, sale airoso sin tener que emitir un juicio crítico sobre la escritura del cubano —juicio que inferimos por su propia ausencia. Si Norberto Fuentes es equiparado a un supuesto Raúl Castro que escapa de Cuba y se dedica a escribir sobre las injusticias cometidas por su hermano durante cuarenta años, a Pedro Juan le aviene la imagen de Bukowski, algo que como señala el propio Bolaño él no se tomaría como un halago.

Norberto Fuentes es Eteocles y Caín. Pedro Juan es otro autor más condenado al olvido, en caída libre, precipitándose hacia ningún sitio. En ambas reseñas tenemos lo vivencial: son dos seres de carne y hueso, más que dos escritores, sobre los que nos habla Bolaño: Norberto Fuentes manejando su auto soviético en la capital y Pedro Juan desempeñando su papel de macho tropical.

Algo tenía claro Roberto Bolaño: "Con la patria no se juega. Esa es la divisa y no solo en El Salvador, también en Chile y en Cuba, en Perú y en México, e incluso en Austria y más de otro país o región europeas."[8]. Bolaño que quizás ha sido el primer escritor de la lengua española que verdaderamente ha estado más allá de la patria y no porque lo haya dicho ni escrito —como han hecho muchos otros— sino porque la patria es movible, un tablero de un war game en el que Udo Berger se empeña en trazar nuevas estrategias, un desierto plagado de cadáveres por el que huye una mujer que presentimos es una sombra. La patria es el retrete donde Auxilio Lacouture pasa días encerrada, sola, sin comer, mientras afuera hay asesinatos. La patria no es nada. Chile, México, España, Cuba: nombres al azar. El exilio no existe en sí mismo. Exilio y literatura.


GELSYS M. GARCÍA LORENZO 

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