EL ÁGUILA QUE CREÍA SER GALLINA


Érase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que las gallinas y a comportarse como ellas.

Un día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero: “¿Por qué este águila, el rey de todas las aves y pájaros, permanece encerrado en el corral con las gallinas?”

El granjero contestó: “Me lo encontré malherido en el bosque, y como lo dejé ahí con las gallinas nunca ha aprendido a volar.  Se comporta como ellas y, por tanto, ya no es un águila.

El naturalista dijo: “Me parece un gesto muy hermoso por tu parte haberle recogido y curado. Le has dado la oportunidad de sobrevivir, le has proporcionado la compañía y el calor de las gallinas de tu corral. Sin embargo, su corazón es de águila y con toda seguridad, se le puede enseñar a volar. ¿Quieres que lo intentemos?

-No entiendo lo que me dices. Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido -dijo el granjero-

-Es verdad, -respondió el naturalista- tú no se lo has impedido pero le enseñaste a comportarse como las gallinas, por eso no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas?

-¿Por qué insistes tanto? -dijo el granjero- Mira, se comporta como las gallinas y ya no es un águila. ¡Qué le vamos a hacer! Hay cosas que no se pueden cambiar, añadió.

El naturalista insistió:

-Es verdad que en estos últimos meses se está comportando como las gallinas, pero su corazón es de águila y debe volar. ¿Me dejas que lo intente?

-Está bien -dijo el granjero-.

Al día siguiente, el naturalista sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana. Le dijo: “Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo”.

Estas persuasivas palabras no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma a los pollos comiendo se fue dando saltos a reunirse con ellos.

El granjero que lo vio le dijo al naturalista: “Ya te lo dije, es una gallina” pero el hombre insistió: “No, es un águila y siempre será un águila”.

Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciéndole: “Eres un águila. Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo”.

El aguilucho tuvo miedo de nuevo. Nunca lo había contemplado el mundo desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una vez más hacia el corral.

El campesino sonrió e insistió: “Ya te lo dije, se ha convertido en una simple gallina”

No, respondió firmemente el naturalista: “Es águila y su corazón siempre será el de un águila. Mañana la haré volar”

Al día siguiente, el naturalista y el granjero se levantaron muy temprano. Tomaron el águila y la llevaron hasta lo alto de la montaña. Cuando llegaron, el sol estaba saliendo  por detrás de los altos picos.

Entonces, el naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila, ya que tú que eres una águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”

El águila miró a su alrededor temblando, como si experimentara su nueva vida, pero no voló. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol para que sus ojos se pudieran llenar de claridad y atisbaran el infinito del horizonte.

Entonces fue cuando ella abrió sus potentes alas, se erguió soberana sobre sí misma y comenzó a volar hacia lo alto. Y voló y voló hasta que los dos hombres la perdieron de vista. Nunca más volvió.

Cuento procedente de Ghana que según se dice era contado por el educador James Aggrey a principios del siglo XX en el convulso período de la descolonización del continente africano. Posteriormente, ha sido usado con una finalidad muy similar por el teólogo brasileño Leonardo  Boff. - Redacción Saüc

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