WENDELL HOLMES Y LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN


Oliver Wendell Holmes, és el padre del realismo jurídico norteamericano, el juez que inventó, que legitimó en los Estados Unidos, la libertad de expresión.
La Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos (1791) prohíbe al Congreso de ese país sancionar leyes que establezcan una religión oficial o que limiten la libertades de expresión, de prensa y de peticionar pacíficamente ante las autoridades. En el libro “The Great Dissent…”, el profesor Thomas Healy explica que durante más de 100 años la Primera Enmienda fue esencialmente letra muerta, en lo que refiere a la libertad de expresión, y que debemos a un hombre, Oliver Wendell Holmes, la concepción moderna de está libertad.
¿Por qué era letra muerta la Primera Enmienda? Porque el Congreso de aquel país, apoyado por la Corte Suprema y la opinión mayoritaria, entendía que la garantía de Libertad de Expresión, bien leída, solo prohibía la censura previa. Y así, tan solo 7 años después de la Primera Enmienda, por el pánico que produjo la Revolución Francesa, el Congreso sancionó las “Aliens and Sedition Acts” (1798) que autorizaban al gobierno a expulsar extranjeros peligrosos (como nuestra Ley de Residencia de 1902) y restringía todo tipo de expresión crítica al gobierno federal.
Estas leyes fueron derogadas en 1802. Pero cada vez que los Estados Unidos vivían, o creían vivir, una emergencia nacional el Congreso sancionaba leyes del estilo. A principios del Siglo XX, las emergencias nacionales fueron la Primera Guerra Mundial y luego la amenaza comunista. El Congreso dictó, en consecuencia, una ley de espionaje en 1917 y una nueva ley de sedición en 1918.

Nadie fue mejor defensor de está prerrogativa estatal, y de estás leyes, que Oliver Wendell Holmes Jr. (1841-1935). Holmes era hijo de una prominente familia del “establishment”, un veterano de la Guerra Civil, un afamado autor y uno de los miembros más famosos de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos en toda su historia. Holmes creía en la libertad de expresión siempre y cuando está no representara una amenaza para el orden. Creía, como lo hace cualquier reaccionario, que así como el estado tiene derecho a destruir a sus enemigos externos también tiene derecho a suprimir cualquier opinión que crea amenazante.

Y ese pensamiento quedó reflejado en sus sentencias. En “Schenck vs. United States” (1919), Holmes escribió la opinión mayoritaria, que confirmó la legalidad de la ley de espionaje y condenó a prisión a un hombre, Schenck, acusado de distribuir panfletos que llamaban a resistir a la conscripción.  En Debs vs. United States (también de 1919), confirmó la condena a prisión del gran líder socialista Eugene Debs, por un discurso que pronunció contra la guerra.

Pero tan solo un par de meses después, en “Abrahams vs. United States”, Holmes cambió de opinión ¿Por qué?

La respuesta es el corazón del libro “The Great Dissent…”. Holmes no tenía hijos pero sí tenía una relación muy cercana con un grupo de jóvenes muy brillantes que incluían al escritor y periodista Walter Lippmann, al futuro Juez de la Corte Suprema Felix Frankfurter y al politólogo y economista Harold Laski. Holmes era especialmente cercano a Laski, el hijo que nunca tuvo.

Los años 1917 a 1919 fueron muy complicados y la sociedad americana se sentía asediada. En 1917, Estados Unidos entró a la Primera Guerra justo para, apenás, parar la última gran ofensiva del Ejercito Alemán. Luego, ganada está guerra, el país vivió un “terror rojo”, y se pensaba que los comunistas iban a acabar con todo. En está atmósfera la Corte Suprema y Holmes dictaron las sentencias en los casos Schenck y Debbs. No había lugar para pensamientos radicales.

Pero los amigos de Holmes eran más progresistas y más libres pensadores. Laski se vio envuelto en un escándalo en Harvard porque había hablado a favor de la sindicalización y del derecho a la protesta pacífica, durante una protesta policial. Por ello fue sometido a un proceso de destitución. Y en esos difíciles momentos para Laski, Holmes se encontraba redactando la sentencia del caso Abrahams. O como lo pone el autor del libro “En ese momento Holmes no veía más a un peligroso socialista, Debs. El rostro de la libertad de expresión era su amigo Laski”. 

Y entonces Holmes escribió una de las más bellas páginas en defensa de la libertad. No fue fácil porque sus colegas, y hasta su mujer, le pidieron que se abstenga, que falle con la mayoría para salvaguardar la unidad nacional en tiempos que parecían difíciles. Holmes se negó,  su consciencia ahora lo llamaba a disentir. La opinión de Holmes fue minoritaria y lo siguió siendo por muchos años. Pero poco a poco, como a veces logra la verdad, fue ganando adeptos hasta que se convirtió en la opinión mayoritaria, que podemos leer hoy en los mismos fallos de nuestra Corte, que también la han adoptado.

Holmes comienza su exposición con lo que había sido su opinión hasta ese momento:

“Perseguir a alguien por su opinión me parece a mí perfectamente lógico. Si uno no tiene ninguna duda sobre la verdad de su opinión, no le falta poder y quiere imponer cierto resultado con todo su corazón, naturalmente hará una ley de sus deseos y acabará con toda oposición. Permitir opiniones contrarias es considerar que la expresión no tiene importancia o que el resultado de la discusión es irrelevante o que uno duda de sus premisas o de su poder”.

Pero luego realiza un giro absoluto en su opinión:

“Pero cuando los hombres logran percibir que el paso del tiempo ha acabado con bien arraigadas creencias entonces creen, aún más de lo que creen en sus más íntimas convicciones, que el bien último deseado se alcanza mejor por un libre mercado de ideas, esto es que triunfen en el mercado las que tengan mejor poder de convencimiento y que la verdad es el único cimiento para que sus deseos pueden ser llevados a cabo en forma segura”.

“Ese es, al fin y al cabo, el espíritu de nuestra Constitución, que es un experimento como la vida misma es un experimento. Cada año sino cada día debemos apostar nuestra salvación en alguna profecía basada en conocimientos imperfectos. Y si bien ese experimento es parte de nuestro sistema debemos estar eternamente vigilantes para evitar cualquier intento de suprimir opiniones que nos disgusten o que creamos perniciosas, salvo que en forma inminente amenacen directamente el estado de derecho y que solo su inmediata supresión salven al país”.

... y esto tan lògico, tan razonable que Holmes afirmaba a principios del siglo XX, los jueces españoles de principios del siglo XXI aún no se han enterado de ello, ni son capaces de entenderlo y menos aún de aplicarlo en sus sentencias, quizás por qué aún andan por el siglo XIX.  pregúntenselo a raperos i tuiteros. via: entremedios.com

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