Dicen que la humanidad es estúpida, y pocas pruebas apuntan en dirección contraria. Resulta que, cuando juntas a dos eruditos, estos pueden llegar a pasar a un estado de divertido salvajismo en cuestión de dos palabras cruzadas. Especialmente si las palabras son del uno al otro.

Por el motivo que sea, cuando juntas 100 o 200 personas normales (entre las que nos encontramos) con diferencias de opiniones, se puede empezar una guerra. Por algún motivo, cuanto más grande es el rebaño de humanos, más tontos se vuelven en total, bajando la media del cociente de inteligencia.

Eso precisamente ocurrió en 1859, cuando llegó la noticia a Gran Bretaña de que la corona estaba declarando la guerra con cinco buques de guerra y 2.140 efectivos frente a las Islas de San Juan. A los funcionarios de Gran Bretaña les pareció como poco peculiar estar en guerra, e investigaron rápido los sucesos que habían originado el combate. Resultó que, unos días antes, un cerdo había cruzado la línea que dividía América y los territorios aún Británicos de las islas, la línea entre dos fincas. El cerdo fue abatido a tiros por Lyman Cutlar, un paleto granjero americano que no encontró otro modo de deshacerse del gorrino. Cuando Charles Griffin, vecino de Cutlar y propietario del cerdo, se enteró, reclamó 100 dólares por la muerte del animal y, al no llegar a un acuerdo, Cuttlar fue amenazado por el ejército británico con ser detenido.

Esto llevó al desembarco de 66 soldados estadounidenses, seguidos por tres buques británicos, seguidos a su vez por otros 395 soldados americanos y sus 14 cañones. Como los británicos no iban a ser menos, acabaron apuntando a la isla con 70 cañones desde sus cinco buques de guerra. Por fortuna, no pasó nada. Los militares de ambos países, ambos con órdenes de acribillar al otro, decidieron que no pelear era bastante mejor que pelear. En contra, por supuesto, de la presión de los soldados de ambos ejércitos que, por algún motivo, estaban encantados con la idea de liarse a balazos.

Lejos de ser un hecho aislado, da la impresión de que la aparición de este tipo de incidentes absurdos solo acaba de empezar. Dice el axioma de Cole que «la cantidad total de inteligencia del planeta permanece constante y que la población, sin embargo, sigue aumentando». Es bastante frustrante la poca información que hay sobre este axioma, pero lo compensa lo divertido de su razonamiento.

Me gusta pensar en el futuro como esos visionarios que solo ven el trigo caer y hablan sobre avances médicos, comida para todos, y autómatas que lograrán que dejemos ese rollo de ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Sin embargo, debido a la acumulación de paja –si se me permite la metáfora– mucho me temo que nos espera un futuro más parecido al que muestra la película Idiocracia, en el que la rotura del darwinismo para la evolución de la especie humana nos conduce a una época de atontamiento y decadencia. Un par de artículos del biólogo Gerald Crabtree nos dicen que «hace tiempo que alcanzamos el cénit de nuestra inteligencia y que, desde entonces, no hemos hecho más que ir a peor». La eliminación de las presiones ambientales y el proteccionismo de todo el mundo han conseguido que cada vez haya más tontos haciendo tonterías.

Nos garantiza (no, aburrirnos no nos aburrimos) muchas tonterías futuras, y escaladas militares mayores y más estúpidas. En España, y supongo que podría haber cogido cualquier otro país, estamos demostrando cómo decimos y hacemos más y mayores tonterías solo por el hecho de ser más gente y que haya pasado más tiempo, aunque reconozco que la mera aparición de Internet ha multiplicado por un factor inferior a la unidad a «la cantidad total de inteligencia» de Cole. Raro es el día que abres el periódico y encuentras noticias absurdas en las que un ascenso en el tono de voz magnifica un hecho del todo nimio, que hubiese pasado desapercibido si un idiota no hubiese dado voz al asunto (y otro idiota no le hubiese contestado).

Quizá, en el caso de que tanto el misterioso Cole como el biólogo Gerald Crabtree estén equivocados, y el futuro se plantee brillante e inteligente, este pequeño lapsus histórico se considere dentro de 1.000 años como «la Edad Estúpida». En cuyo caso, por favor, dejad que adorne las paredes de esta cueva digital para cuando alguien desentierre Internet. MARCOS MARTÍNEZ