Una mayoría abrumadora de la opinión pública catalana sigue queriendo que se celebre un referéndum: ese es el dato central de la cuestión, por su contundencia y porque no se ha debilitado lo más mínimo en los últimos años.

Cuando el conflicto entre el Estado español y Cataluña estalle sin posibilidad de vuelta atrás la mayor parte de los españoles se quedará atónita. Porque nadie le habrá advertido de que eso podía ocurrir. Los medios masivos, y particularmente las televisiones, llevan muchos meses, y particularmente en los últimos tiempos, ocultando la gravedad del asunto. Porque eso es lo que el Gobierno cree que le interesa, por eso de que lo que no sale en la tele no existe. Pero cada día que pasa parece más inevitable una guerra abierta entre el independentismo catalán y el centralismo español. Una guerra de verdad, que puede derivar en lo que sea, hasta en lo peor. Y los plazos se acortan, sin que en el horizonte se atisbe el mínimo indicio de que ese designio pueda ser evitado.

Y todo por la tozudez de Rajoy de no permitir el referendum, un referendum en el que votaría que si un 40%, no un 20% i el otro 40%  votaría alomojó para acabar de una vez con el asunto que ya aburre y cansa. Y eso tan simple, tan claro, tan diáfano, Rajoy ni quiere ni lo sabe ver, y con su ceguera política lo único que hace es acelerar este choque de trenes, un choque que con un poco de cintura y habilidad política no sólo se podría haber evitado, sino que habría dejado las cosas como están, con expolio o sin él.