EL TIROTEO QUE NUNCA EXISTIÓ


La masacre de Newtown -el asesinato de veinte niños y seis adultos en la escuela primaria Sandy Hook- está considerada como la matanza más sangrienta de la historia jamás producida en un centro escolar. Pero para muchos aquel suceso nunca tuvo lugar. Lo que aconteció aquel 14 de diciembre en Newtown no fue otra cosa que unas de las conspiraciones mejor hiladas de la historia americana. Una conspiración que ha acabado salpicando hasta al mismísimo Donald Trump.

El 14 de diciembre del 2012 Adam Lanza salió de casa armado con un fusil y dos pistolas, cogió el coche de su madre -a la que había previamente asesinado en su cama- y puso rumbo a la escuela primaria Sandy Hook en donde, en algo menos de cinco minutos, acabó con la vida de veinte niños y seis adultos antes de suicidarse de un disparo a la cabeza.

De nuevo, los estadounidenses se enfrentaban a la terrible noticia de una masacre en un centro escolar, la más sangrienta de la historia. Tras el paso de los días, se convertía en algo más: el tiroteo más cuestionado desde el asesinato del presidente Kennedy. Y es que para muchos conspiranóicos, los autoproclamados truthers que ahora prefieren esconder su afiliación neo-nazi bajo el nombre de alt-right, en el pueblo de Newtown no pasó nada. O quizás sí. Quizás algunos niños murieran en lo que para ellos fue un evidente ataque de falsa bandera. ¿La administración de Obama asesinando niños para promover una ley de regulación de las armas de asalto? Para ellos todo parecía apuntar a que así era.

Aprovechando el que fue el cuarto aniversario del suceso, Netflix ponía disponible en su plataforma Newtown (2016), un documental centrado en el recuerdo a las víctimas y en proceso de sanación de un pueblo derrotado por una tragedia (llegó a España a mediados del pasado mes de diciembre). El tono y el estilo del documental sigue las que parecen ser las directrices de todos los nuevos hijos del true crime: buen gusto, buena producción, ausencia de recreaciones sangrientas y un enfoque más centrado en honrar a las víctimas que en hablar del asesino. Como sucede en Audrie&Daisy (2016), el tono del documental pretende mantenerse positivo a pesar de las tragedias que narran, no obstante, y precisamente por eso, se hace más evidente la intención de no provocar, no escandalizar. De rodar un documental que todo el mundo pueda tragar y digerir.

Incluso en los documentales que sí intentan trabajar con la faceta criminal del caso, sucede, como en Making a Murderer (2015), The Witness (2015) o, en mayor medida, en Amanda Knox (2016), que la necesidad de buscar un culpable único y presentarlo como si de un villano de cómic se tratara, evita invitar al público a hacer una reflexión que parece evidente: la de que la prensa falla consecutivamente al informar sobre crímenes y catástrofes y que estos errores acaban produciendo a la larga otras víctimas.

Cómo nace una conspiración

Si bien es cierto que cualquier noticia, incluso la más simple, directa e inocente, es susceptible de levantar suspicacias entre quienes están predispuestos a ello, las masacres y tiroteos parecen actuar de manera especial como un imán para este tipo de personas. No hay tiroteo que se precie que no tenga su legión de analistas convencidos de que “la explicación oficial” intenta ocultar información crucial en cuanto al número de perpetradores, el tipo de armas usadas o la motivación detrás de los actos.

Sin embargo, las teorías conspiratorias alrededor de la masacre de Sandy Hook llevan la especulación a un nivel totalmente diferente. Que una acción tan sangrienta, una en la que el tipo de armas usado multiplicó las víctimas de manera exponencial, llevara al expresidente de Estados Unidos a sacar adelante una ley que prohibiera las armas de asalto parecía para algunos demasiada casualidad. A pesar de que esta circunstancia ya convertía a Newtown en asunto de interés, fue la prensa la que lo convirtió en un tema de debate, cuatro años después, en las elecciones a la presidencia norteamericana.

Investigar una masacre de este tipo es un proceso lento que conlleva múltiples interrogatorios a testigos con traumas y estrés postraumático, minuciosos análisis balísticos y el procesado de páginas y páginas de variada documentación -desde diagnósticos de varios psicólogos forenses hasta la lectura de cualquier material que haya dejado atrás el perpetrador-. Aún así, hay ocasiones en las que todas las preguntas no pueden ser contestadas de manera satisfactoria y quedan grandes huecos donde muchos quieren situar “la clave”. La pieza que hace que todo encaje y tenga sentido. Si a esos huecos le añadimos los interrogantes alzados por la desinformación, la confusión del público parece inevitable.

Durante la masacre de Sandy Hook, en la búsqueda por ser las primeras -y por tanto las que conseguían más audiencia- varias cadenas, como CNN, informaron erróneamente acerca de la identidad de Adam Lanza -confundiéndolo con su hermano Ryan-, del trabajo de la madre de los mismos, a la que las cadenas situaron en el colegio, sobre el tipo de arma usada y sobre incidentes previos entre el asesino y miembros del colegio. Sin embargo fallaron al informar sobre el protocolo de actuación creado ante este tipo de eventos e instaurado a partir de la masacre de Columbine, que recomienda no difundir imágenes ni llamadas hechas desde el interior del edificio (para no informar de esa manera a los asesinos en el caso de que miren el móvil) o que obliga a no dejar pasar a policías ni a personal sanitario hasta que no se ha asegurado la zona (para no generar más víctimas).

Fueron las discrepancias entre las primeras informaciones, la ausencia de imágenes y las declaraciones de varios técnicos de ambulancias de un pueblo cercano diciendo que se les había prohibido actuar lo que llevó a mucho a sospechar del incidente. Cuando durante los días posteriores varios medios se hicieron eco de estas sospechas, el daño ya estaba hecho: cada vez que se hablaba de Sandy Hook había que desacreditar estos rumores y, por lo tanto, ceñirse a la narrativa de los conspiranoicos que, además, ya tenían fuentes con las que acreditarse.

¿A quién beneficia? ¿A quién perjudica?
Revisando foros o páginas de Facebook dedicadas a “buscar la verdad” sobre la catástrofe, se pueden percibir con claridad tres tipos de perfiles que se retroalimentan. Los mayoritarios son los curiosos, personas que necesitan un “por qué”, una razón lógica que explique que una mañana un joven de veinte años decidiera matar a unos niños de primaria con los que nunca había cruzado palabra.

Este grupo, el más numeroso, no es tan inofensivo como puede parecer. Aferrados a rumores basados en entrevistas a antiguos compañeros de clase de Lanza, mantienen que el chico tenía todo tipo de enfermedades mentales sin tratar -existe constancia de que estuvo una vez medicado contra la esquizofrenia pero para los investigadores esto no es concluyente— y que el síndrome de Asperger, que según el padre le diagnosticaron a los trece años, fue clave en el desarrollo de la matanza. Estas teorías, repetidas además por los medios, crean estigma y desinformación alrededor de las enfermedades mentales y del espectro autista, revertiendo todos los intentos anteriores por presentarlos de manera realista y sin alarma.

El segundo grupo presente en estas webs lo forman el tipo de personas que nos vienen a la cabeza cuando escuchamos la palabra “conspiranoia”. Gente que, bajo el amparo de un escepticismo mal entendido, piensan que es su deber dudar de todo y buscar la verdad sin considerar el daño que puede hacerse por el camino.

Wolfgang Halbit es el ejemplo perfecto de hasta dónde pueden llegar estas personas y del daño que ocasiona su comportamiento. Halbit, inmigrante alemán jubilado, se ha dedicado durante años a amenazar a las familias de las víctimas, exigiéndoles la exhumación de los cuerpos de los niños, para así demostrar de una vez por todas si estos pequeños existieron o no. Ante la más que lógica negativa de los padres, Wolfgang aumentó su agresividad interponiendo demandas a las familias y autoridades en nombre de la verdad, acoso que sólo cesó cuando uno de los padres, Lenny Pozner, comenzó a usar contra él el mismo tipo de acciones.

Y, aunque Halbit puede parecer un caso extremo, no es único. Lucy Richards, una mujer de Florida fue condenada por mandar amenazas de muerte a varias de las familias bajo la excusa de que todos ellos estaban mintiendo y ninguno había perdido ningún hijo. Matthew Mills, de Nueva York, fue condenado a dos años de libertad vigilada por sostener que una de las profesoras, Victoria Soto, nunca había existido y que podía probarlo mediante un log en el que se veía cómo el grupo de Facebook en memoria de la maestra había sido creado meses antes de que se produjera su asesinato. A pesar de que esto tiene una explicación muy sencilla (un grupo preexistente había cambiado de nombre para honrar a Soto), Mills envió decenas de mensajes desagradables a la familia Soto antes de que la justicia le impidiera ponerse en contacto con ellos.

Lo que no pueden detener en muchas ocasiones los tribunales es el acoso online. Robbie Parker, que durante mucho tiempo fue el representante de las familias y uno de los padres más activos en los medios, tuvo que enfrentarse a miles de comentarios hirientes que no consideraban que su estado fuera lo “suficientemente triste”como el que correspondería a un hombre que hubiera perdido a su hija.

Pero aunque todos los padres han sido acusados en más de una ocasión de ser actores, es Gene Rosen el que se ha llevado la peor parte. Este vecino de la escuela, que se hizo célebre por haber escondido en su casa a varios niños que escaparon del tiroteo, tiene un nombre y una edad similar al de un actor registrado en el sindicato, lo que llevó a muchos detectives amateurs de acusarlos, sin ni siquiera ver una foto, de ser la misma persona. Cuando se propagó esta falsa noticia, Rosen comenzó a recibir toda serie de amenazas que, en tan sólo unas horas, terminaron mostrándose como lo que realmente eran: un ataque de carácter antisemita.

Y mientras que estos “caballeros de la verdad” usan el “¿quién se beneficia?” (de la tragedia) para señalar a la administración Obama de haber creado un bulo para manipular al país, ellos mismos no repiten el ejercicio mirando hacia sus filas en donde el tercer grupo, los que actúan cómo “líderes” visibles del movimiento, parecen estar haciendo dinero y moviendo la política según sus intereses.

El quién es quién del mundo de las conspiraciones

James Fetzer es un profesor universitario de filosofía, especialista en inteligencia artificial y en la figura de Hempel, que desde los años noventa, además de por su trabajo, se ha hecho bastante conocido por sus libros, programas de radio y artículos alrededor de las más absurdas conspiraciones. Todo es dudoso a ojos de Fetzer, que niega el holocausto, la versión oficial del 9/11 o la del asesinato de JFK.3

Fetzer no pasaría de ser una figura pintoresca si no fuera porque Roger Stone, confidente del ahora presidente Donald Trump y uno de los consejeros al inicio de su campaña, lo ha apoyado en varias ocasiones de manera pública llegando a decir que es “la persona que más respeta dentro del campo de la investigación”. Mientras, Fetzer ataca a Hillary Clinton y Obama desde todos los frentes posibles haciendo lo que mejor se le da: agarrarse a cualquier anécdota y retorcerla hasta hacerla digna de levantar alguna que otra ceja.

James Tracy tiene un perfil bastante parecido: doctorado en comunicación, daba clases en Florida hasta que la universidad lo cesó debido a sus comentarios en diversos medios sobre Sandy Hook y el bombardeo en la maratón de Bostón. Tracy es el webmaster principal de Memory Hole, el presentador del programa de radio Real Politik (en el que se declara seguidor de Trump) y ha sido condenado en varias ocasiones por su hostigamiento continuo a las familias de Newtown. Fue Tracy el que comenzó a llamar truthers a los que dudan de que la masacre de Sandy Hook sucediera de verdad y es, según el periodista Anderson Cooper, uno de los principales culpables de la expansión de estos bulos ya que, con su curriculum de profesor universitario experto en los medios, su credibilidad aparenta ser mayor de lo que de verdad es.

Pero si hay alguien que pueda ser considerado “lider de opinión” entre los truthers no es otro que el presentador de radioy propietario de la web Infowars, Alex Jones. El programa de Jones -con más de dos millones de oyentes semanales en Estados Unidos- basa su audiencia en la polémica y la controversia política, lo que casa perfectamente con el tipo de conspiraciones que el presentador no se cansa de vender.

Jones no es sólo un acérrimo simpatizante de Trump, sino que, según sus propias palabras, su relación con el presidente es tan cercana que este lo llamó tras su victoria para agradecerle su ayuda durante la campaña. Esto suena creíble si tenemos en cuenta que Trump ha participado en su programa y que se ha referido a él como un hombre con una “gran reputación”.

Estas no son las únicas relaciones de Donald Trump con los conspiranoicos de Sandy Hook. En uno de sus mítines en Florida, Trump invitó a dar un discurso a Carl Gallups, pastor protestante y presentador de radio que sostiene que las familias de Newtown son Crisis Actors (actores para crisis) contratados por el gobierno.

Muchas de estas conexiones fueron referidas por Hillary Clinton durante la campaña y, a pocas semanas del aniversario de la tragedia, el foco volvía a ponerse en la conspiración. En explicar por qué los truthers están equivocados en vez de preguntarse por qué tienen la audiencia que tienen, por qué estas pseudoteorias sin fundamento llegan a un debate presidencial. Nadie menciona ya el control de armas -que antes parecía fundamental-, la actitud de la prensa ante las catástrofes o los límites de la libertad de expresión.
Y tampoco lo hace Newtown, que en su elegancia, respeto y ternura, no considera todo esto consecuencias importantes de la tragedia. - ELDIARIO.ES


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