El campesino, el labrador pobre, como módulo de vida, ha sido siempre, y lo es todavía hoy, una medida de 'felicidad' - Beatus ille - dudosamente admisible. Si la literatura le ha idealizado, fue porque la literatura nunca la escribieron los agricultores, decía Fuster y a fe que tenía razón. Unos amigos hace ya años, lo dejaron todo y se fueron a un pueblo del Pirineo a hacer de agricultores, vivir sano y de lo que diera la tierra, o el ganado, todo muy bonito, bucólico y ecológico. Compraron unas cabras andaluzas que del frío se les volvían moradas y hacían un queso que dieron a probar al gato, pero éste lo hizo sólo la primera vez, pues de las cagaleras que le cogieron ya no lo quiso probar más. Al cabo de un tiempo, con el rabo entre piernas volvieron a la ciudad. No fueron los únicos en aquella época, pero como decía un amigo, al campo hay que ir a vivir con dinero, en una Masía bien acondicionada y un payés que te haga el trabajo.