Si la eutanasia fuera legal en España, la decisión de José Antonio Arrabal de marcharse antes de que su esclerosis lateral amiotrófica (ELA) le dejara inmovilizado del todo, no hubiera sido clandestina ni precipitada ni ejecutada en soledad para que su familia no se viera comprometida. Hay mucha gente atrapada en un cuerpo enfermo sin solución que ve como el resto le impide irse con dignidad, con la muerte más dulce posible y con todas las de la ley. Y es que en un Estado laico las convicciones de algunos no deberían imponerse sin más, con lo que el diálogo y el debate en el Congreso es necesario. La eutanasia nunca se aplicará a los que no la quieran, pero dejemos que el resto gane libertad y tenga el poder de decisión sobre algo que de hecho es suya, la propia vida.

De hecho, en la eutanasia, como en el suicidio, el Estado o la Iglesia, poco tienen que decir, o nada, es una decisión personal, que está por encima de las dos entelequias, y en nuestro país, con un Estado presuntamente laico, la eutanasia debería estar ya regulada y aprobada, pero nuestros parlamentarios no se atreven a coger el toro por los cuernos, la sombra de los de Rouco es alargada. Que menos que poder morir con dignidad, cuando uno lo decida y en compañía de los suyos, en países como Bélgica es posible, morir con dignidad después de tomarse una copa de champán.

El otro día debatieron la cuestión en TV-3 y una invitada se preguntaba por qué limitar nuestra libertad a decidir sobre nuestra muerte sólo en caso de enfermedad. ¿Por qué dejamos que sea ella la que marque el debate y no baste con nuestra decisión sin que la enfermedad o el estado d¡ànim nos condicione? El debate está presente, ahora hay que hacerlo, y el Gobierno también.