«El miedo es útil. No para quien la padece, sino para quien la infunde. No hay un instrumento de control más potente ». Cuando Gabriele Romagnoli (Bolonia, 1960) escribió estas palabras incluidas en 'El arte de no tener miedo' resonaban en su cabeza las ráfagas de disparos que acabaron con la vida de 87 personas en la sala Bataclan, en París, en noviembre de 2015. Pero por encima del silencio ensordecedor de la muerte, en su recuerdo destacaba el chillido de la dignidad, encarnado en una joven italiana.
VALERIA SOLESIN
Valeria Solesin y su novio estaban en aquella sala cuando entraron los asesinos disparando contra todo lo que se movía. Se tumbó en el suelo, boca abajo, entre muertos-muertos y muertos-vivos, implorando sin implorar que las balas pasaran de largo. Se estuvieron así al menos una hora, interminable. La peor de su vida, sin duda. Entonces Valeria se levantó y se puso a correr intentando huir. «Por desgracia, no lo consiguió, pero en ese breve espacio de tiempo, volvió a vivir como un ser humano. Porque los seres humanos no estamos hechos para vivir boca abajo», sigue escribiendo Romagnoli.
No, no lo estamos. El instinto nos lleva a levantarnos, y por ello el poder recurre al miedo para mantenernos con la cabeza baja. Miedo a perder la consideración social. Miedo a perder el trabajo. Miedo (cada vez más tangible, más concreto) de perder la vida. Y tanto tememos perder que no parecemos reparar en el terrible desperdicio de vivir a medias y de tolerar la peor de las pérdidas: la de uno mismo. Los que sí son conscientes luchan. Cada uno con sus armas. Romagnoli también lucha con las suyas; con una, fundamentalmente: el periodismo - Imma Muñoz - elperiodico.cat