Es normal llevar a cabo propósitos, realizar intenciones sin conocerlas
a fondo. El hecho de que alguien haga algo no demuestra que
sepa lo que hace. La peculiaridad de realizar un designio sin ser consciente
de él se suele atribuir a las máquinas. El coche llega a un destino
determinado sin saberlo: va dirigido por otro. Pero el comportamiento
mecánico de las personas sólo es extraordinario en apariencia.
Hablar es una de las acciones más frecuentes. La mayoría de las
afirmaciones que se hacen al hablar son falsas. Así, por ejemplo, muchos
trabajadores y empleados dicen: "El dinero trabaja", aunque no
es el dinero el que trabaja, sino ellos. Los trabajadores y empleados
repiten lo que han oído. "Pon tu dinero a trabajar con nosotros", proclaman
incesantemente los establecimientos bancarios.
¿De dónde se
han hecho los trabajadores con esta idea que pone el mundo patas
arriba, que presenta las cosas del revés? Los sesudos profesores de
economía vienen afirmando lo mismo desde hace decenios. Dicen que
el suelo, el capital y el trabajo son los "factores (hacedores) de la producción".
Pero el suelo no hace nada, el capital no hace nada, el "trabajo" no
hace nada. Los trabajadores y empleados son los que hacen, y también
algunos empresarios.
¿Qué razón puede haber para que persistan estas tergiversaciones
de la realidad?
La razón podría estar en el efecto que producen. El efecto de presentar
así la producción es que los trabajadores y empleados atribuyen
al capital más importancia que a ellos mismos a la hora de producir
algo, aunque sean ellos quienes producen el capital. El efecto es esta
modestia. La humildad es una cualidad de los esclavos, de la mentalidad
sumisa.
¿Qué condiciones hacen posible que en las escuelas se enseñen
durante decenios y decenios cosas que son absurdas y perjudican a los
educandos? ¿Acaso es esto lo que significa "hacer hombres y mujeres
de provecho"?
Los habitantes de las grandes ciudades muestran a los visitantes
de provincias y del extranjeros los maravillosos rascacielos y los últimos
edificios "inteligentes" de los bancos y consorcios empresariales.
Los señalan con orgullo y hablan de ellos como si les perteneciesen.
Pero la realidad es que son propiedad privada de unos cuantos negociantes
multimillonarios y que éstos expulsan a esos habitantes hacia
las ciudades dormitorios de la periferia. Miles y miles de ellos tienen
que abandonar sus viviendas del centro porque unas decenas de especuladores ganan más con los edificios comerciales que con las viviendas.
Trabajadores y empleados tienen que marcharse al campo, a las
afueras (ahora se llaman "suburbios") porque el Estado protege a los
especuladores del suelo. Hoy día los trabajadores emplean más de una
décima parte de su vida en el desplazamiento al lugar de trabajo.
Los expulsados están orgullosos de la propiedad de quienes los
expulsan. No han aprendido a establecer relación entre las distintas
informaciones, a contextualizarlas. Consideran que su situación es
inmodificable.
Vicente Romano
La formación de la
mentalidad sumisa
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