Hans Magnus Enzensberger anticipó una lectura sobre los nuevos terroristas que hace mucho más difícil prever los atentados. Y no sucede solo con los yihadistas. Después de cada atentado, hay una serie de prácticas y de afirmaciones que se repiten insistentemente. Una de ellas, quizá la más perturbadora, y lleva ocurriendo así desde el 11-S, es que quienes cometieron los atentados estaban bajo el radar de los servicios de inteligencia y de seguridad. Había alertas evidentes de que eran personas potencialmente peligrosas, y aun así no se las investigó o no se las sometió a vigilancia.
Los atentados, por más que sean frecuentes, siempre resultan traumáticos. Para lidiar con ese estado anímico, los gobernantes, que deben dar respuesta ante una población alarmada, tienen una fórmula invariable: insisten en la unidad y en que no nos vencerán, organizan actos de homenaje y prometen ser firmes contra las amenazas futuras. May no ha hecho algo distinto, pero ha añadido que, en esa necesidad de protección frente a un peligro demasiado frecuente, hay que hacer más cosas, fundamentalmente endurecer la legislación y ser mucho menos tolerantes con los extremistas y la difusión de sus ideas, lo cual suele llevar no a controlar a los radicales sino a poner el foco en la mayoría de la población, con los riesgos que conlleva.
¿Qué clase de legislación va a impedir que tres personas cojan una furgoneta y acuchillen a quienes encuentran a su paso?
Esta es otra de las cosas típicas, como es poner el acento en los lugares equivocados. El problema en el Reino Unido no es de legislación, como tampoco lo es en España. Con el tipo de atentados que están ocurriendo, ¿qué legislación se quiere implantar para impedir que tres personas cojan una furgoneta y acuchillen a quienes encuentran a su paso? ¿Qué clase de peso coercitivo van a tener las leyes respecto de gente que ha decidido inmolarse?

El terrorista, hoy

Este es un punto crucial, porque la tipología del terrorista ha cambiado también, lo que hace más difícil anticipar los atentados, máxime cuando el bajo coste de los mismos les permite autofinanciarse. Según 'La evolución del perfil del yihadista en Europa', documento del Instituto Español de Estudios Estratégicos, la gran mayoría de quienes llevan a cabo estos actos criminales son europeos, hijos de emigrantes, cuyos padres suelen ser oriundos de Marruecos, Argelia, Túnez, Malí o Somalia. Pertenecen a la clase media baja, y abandonaron pronto los estudios, o si llegaron a la universidad, se marcharon antes de licenciarse. A menudo están vinculados a la delincuencia y al consumo y tráfico de drogas. O tienen trabajos precarios o se ganan la vida trapicheando. La desestructuración familiar, una de las causas supuestas de esta clase de violencia, no está presente en su perfil, y tampoco las enfermedades mentales. Son personas que se radicalizan tras su paso por la cárcel, en las mezquitas o simplemente a través de las redes.



Son actos sorpresivos que parecen anclarse en un punto nihilista: como si alguien no aguantase más y pensara “me llevo por delante a todo el que pille”

Pero a estas características se suma una novedosa, que Enzensberger atisbó en 'El perdedor radical', y que alude a una especie de resentimiento acumulado que encuentra salida en esta violencia indiscriminada. Pero esto no es exclusivo del terrorismo yihadista, y lo vemos en otras sociedades, por ejemplo en la estadounidense. El pasado martes, cinco personas fueron asesinadas en Orlando: un antiguo trabajador de la empresa regresó armado y disparó al que se encontró por allí. Este tipo de actos son bastante frecuentes en la sociedad americana: pueden ocurrir en colegios, universidades, centros de trabajo o en discotecas. Todavía no se han encontrado explicaciones satisfactorias, y menos aún formas de preverlos en un mundo donde las armas de fuego están al alcance de cualquiera.

No es retórica

La frustración, la ira o el deseo de venganza son elementos que siempre salen a relucir, pero que todavía no nos permiten entender bien qué ocurre. Son actos sorpresivos que parecen anclarse en un punto nihilista: como si alguien no aguantase más y decidiera que lo mejor es acabar con todo el que se cruce en su camino. Ese sentimiento que lleva a que te dé todo igual, esa expresión tan típica de “me hacen eso y me llevo a 15 por delante” que tantas veces hemos oído en conversaciones informales, es lo que hace especialmente difícil prever los atentados terroristas. Solo que, en estos casos, dejan de ser amenazas retóricas.

El extremismo religioso les ofrece un sentido para los atentados, como si el vengador estadounidense encontrase una bandera con la que arroparse

La violencia terrorista de los últimos tiempos tiene mucho que ver con esto, solo que esa rabia existencial encuentra además una justificación. Son hijos de una clase media baja que han tenido muchas menos opciones de las que sus padres les dieron a entender, que van acumulando resentimiento, y que encuentran una explicación en esta separación radical entre ellos y nosotros que los radicales forjan. De pronto son conscientes de que hay un mundo perverso y pervertido, el de los occidentales, que justifica las acciones de venganza: ellos, que tienen dinero y viven bien gracias a nuestro sufrimiento, tienen una cuenta que pagar. El extremismo religioso les ofrece un sentido y una justificación para llevarlas a cabo que excede de lo personal, como si el vengador estadounidense encontrase una bandera con la que arroparse. Son estos perfiles los que hacen mucho más complicado prever los atentados futuros, además de que son baratos y fáciles de llevar a cabo.

Cuando la vida se agota rápido

Desde luego, hay que ser más intolerante con los discursos del yihadismo y con las personas que los difunden, pero mucho más con el contexto que los produce. Una situación en que la gente tiene escasas opciones de futuro lleva a una violencia en la que la vida se agota rápido. Puede ser como en Latinoamérica, donde las bandas ligadas a la droga han tomado el papel del Estado en muchos territorios, como en muchos países africanos, donde la pobreza es la primera causa del auge de los yihadistas, en las ciudades estadounidenses cuyos barrios están despoblados, o en la Europa de los sin futuro. En el fondo, todo es un poco lo mismo: ante la ausencia de futuro, se escoge la vía de la violencia, ya sea para tener más bienes materiales o simplemente como acto de venganza.

La paradoja final es que el mismo contexto de falta de recursos y de precariedad, que desestructura ciudades y países, y que es el abono esencial de ese nihilismo, impide también que las fuerzas de inteligencia hagan su trabajo de forma eficiente. Casi todos los terroristas estaban bajo el radar de los servicios de inteligencia y de las fuerzas de orden público. Y el caso británico es ejemplar, porque después de haber sido denunciados por personas que iban con ellos a la mezquita, su caso no fue seguido. La explicación ha sido sencilla: si hay 3.000 radicales sospechosos, solo tienen personal y recursos para poner el foco en 300. Los recortes son así, y afectan en todas direcciones. De modo que, además de querer prohibir por ley que la gente se inmole, no estaría de más llevar a cabo otro tipo de políticas que generen mejores expectativas vitales. Eso haría no solo que el nihilismo fuese menos frecuente, sino que la sociedad estuviera mucho más cohesionada frente a quienes tratan de desestructurarla.

ESTEBAN HERNÁNDEZ  
elconfidencial.com