Fui al cine a ver una película histórica. En principio, salvo las de romanos —salen chicas en pelotas—, no me gustan las películas históricas, sin embargo, en el cartel había una guillotina y a mí eso de las herramientas afiladas en acción me atrae. Lo que más me gusta es cuando cortan a la gente con una sierra, sobre todo si es mecánica, aunque también una guillotina tiene lo suyo.
El título era Luis XVI. Luis, un nombre normal, mi primo se llama Luis, pero ¿y ese apellido? Yo qué sé. El tal Luis seguro que era analfabeto y firmaba así.
La peli no empezó nada mal. Mucha lanza, bayoneta y sable, pero yo esperaba la guillotina. Y ya estaban a punto de cortarle la cabeza a un rey, cuando un tipo se sienta delante y me tapa la pantalla.

—Oye, tú, mueve la cabeza a la derecha o a la izquierda, que no veo nada —le dije.

Y, en vez de moverla, el tipo se la agarró de las orejas, tiró hacia arriba, se la quitó del cuello y se la puso en las rodillas. De nuevo tenía buena visibilidad, pero ya de qué me servía, si la escena de la guillotina se me había pasado. Me perdí el mejor momento de toda la peli, y todo por culpa de ese imbécil.

Yo, a gente como ésa, no la dejaría pisar el cine. 

El cinéfilo
Sławomir Mrożek