Tres aniversarios cobran una especial significación en el Octubre catalán. Tres referencias de muy distinto signo histórico nos pueden ayudar a entender los acontecimientos en curso.
EL 6 DE OCTUBRE DE 1934
“La memoria de las generaciones muertas oprime como una pesadilla la conciencia de los vivos”, escribió una vez Karl Marx para referirse al carácter circular de la historia. El 6 de octubre de 1934 es hoy una referencia obligada. Hace ochenta y tres años, un sábado a las ocho y veinte de la noche, el presidente Lluís Companys salió al balcón de la Generalitat para proclamar “l’Estat català dins la República federal espanyola”. El Gobierno presidido por Alejandro Lerroux decretó de inmediato el estado de guerra. El capitán general Domingo Batet envió tropas y piezas de artillería a la plaza de Sant Jaume. Militar catalán, católico y republicano, Batet midió el uso de la fuerza. Podía haber pulverizado el Palau de la Generalitat y se limitó a unos cuantos cañonazos.
Después de una noche alucinante, Companys y casi todos los miembros de su gobierno se rindieron. Uno de los instigadores del pronunciamiento, Josep Dencàs, jefe de Estat Català, escapó por la red del alcantarillado de la sede del Gobierno Civil, que ocupaba en calidad de consejero de Gobernación. Hubo 46 muertos en diversos enfrentamientos en toda Catalunya. Tres mil personas encarceladas. El fracaso del Sis d’Octubre y la cobarde huida del independentista Dencàs pesan desde entonces como una losa en la memoria histórica del catalanismo. Un error. Un grave error. Así fue codificado muy pronto. El soberanismo suele fruncir el ceño cuando se le menciona octubre de 1934. Ni siquiera la CUP lo reivindica.
En realidad no fue un pronunciamiento independentista. Dencàs así lo quería, pero aconsejado por Joan Lluhí Vallescà, laborista de Esquerra Republicana, Companys proclamó el Estado catalán “dentro” de una anhelada República federal española. El pronunciamiento de la Generalitat formaba parte de una cadena de reacciones promovida por el ala revolucionaria del PSOE ante la entrada de la CEDA en el gobierno. La República española viraba muy a la derecha. Los republicano-socialistas quedaban fuera de juego. Europa se deslizaba hacia el fascismo. Francisco Largo Caballero quiso probar la capacidad de movilización de la Alianza Obrera, recién creada agrupación de partidos y sindicatos de línea marxista, que irritaba a la gran CNT. El Sis d’Octubre fracasó por la negativa de la CNT a convocar la huelga general en Catalunya.
La huelga también fracasó en Madrid. Hubo un poco de revuelta en Euskadi, con apoyo del sindicato nacionalista ELA-STV. Y estallaron los mineros de Asturias. Revolución dinamitera. Se proclamó la Comuna y el ejército entró a saco. Dos mil muertos. El PSOE moderno prefiere no recordarlo, pero la memoria del Sis d’Octubre atenaza como una pesadilla la mente de los actuales líderes soberanistas. Carles Puigdemont no tiene miedo de ir a la cárcel. Sólo teme aparecer como un derrotado o como un cobarde. 1934 ha dejado un pathos. Cuando salió al balcón, Companys ya sabía que iba a fracasar. La jornada de hoy es un desafío a ese fatalismo.
CUARENTA AÑOS DE LA GENERALITAT
Se cumplen estos días 40 años de la publicación del decreto del restablecimiento de la Generalitat de Catalunya, la más audaz maniobra de Adolfo Suárez en la transición. Después de proponer un Consell General de Catalunya –que Jordi Pujol estaba dispuesto a aceptar–, Suárez entendió que la mejor manera de moderar una Catalunya dominada electoralmente por las izquierdas era pactar el regreso del presidente en el exilio, Josep Tarradellas. Un hombre macerado en la Francia gaullista, deseoso de reparar errores del pasado y hostil a la política de partido. En la maleta de Tarradellas viajaban la nación catalana y un moderantismo que de inmediato atrajo a las clases medias recién salidas del franquismo. Gracias a ese moderantismo, Jordi Pujol gobernó después durante 23 años.
Los exégetas de la transición cantaron la astucia de Suárez y la moderación de Tarradellas, y no prestaron la debida atención a lo que había dentro de la maleta. La autonomía ha desplegado la nación. El ciclo abierto en 1977 está colapsando. Cuarenta años después, la Generalitat está intervenida económicamente y los miembros de su gobierno van en camino de ser procesados.
25.º ANIVERSARIO OLÍMPICO
Este verano se ha celebrado el 25.º aniversario de los Juegos Olímpicos de 1992. Ha sido una conmemoración melancólica y un poco naif. Barcelona’92 fue una alegre exaltación del nuevo mundo resultante del colapso soviético. Grandes perspectivas. Adviento de la tecnología digital. Barcelona interpretó bien la partitura y se convirtió de manera fulminante en una de las ciudades simpáticas de la globalización.
Acaso la ciudad más divertida, festera y libertaria del gran circuito internacional. Una potente inyección de autoestima, reforzada años más tarde por los espectaculares éxitos del Barça. Esos dos factores ilustran la psicología de toda una generación. No me cuente usted las penas de 1934, si Barcelona fue capaz de atraer la atención del mundo, ¿qué no será capaz de hacer Catalunya en el 2017, cuando se propone crear un nuevo país? El mundo nos miró entonces y el mundo nos vuelve a mirar ahora. El món ens mira. Este es el lema más fetichista del soberanismo catalán.
En Barcelona’92, en su lenguaje publicitario y melindroso –el sueño, la ilusión, la voluntad– y en sus escenografías están algunas claves culturales del presente. Barcelona es hoy una ciudad faro que proyecta en las pantallas del mundo las imágenes de una revuelta democratista. Clases medias en busca de protección. Los hechos de octubre del 2017.
Enric Juliana | lavanguardia.com
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