Para Shopenhauer el ser humano no carece de lógica natural, aunque sí de capacidad dialéctica, por lo que ésta es una carencia a cubrir. Si bien la lógica no puede tener provecho práctico alguno, sí puede tenerlo la dialéctica.
« Dejarse confundir, dejarse refutar por una argumentación engañosa en aquello que se tiene razón o lo contrario, es algo que ocurre con frecuencia. Quien queda como vencedor de una discusión tiene que agradecérselo por lo general, no tanto a la certeza de su juicio al formular su tesis como a la astucia y habilidad con que la defendió.»

Shopenhauer propone distintas estratagemas utilizables en la discusión sin tener en cuenta si se tiene o no razón objetiva, pues tal cosa no puede saberse con seguridad. Resumiendo:

1.- La amplificación. La afirmación del adversario se lleva más allá de sus límites naturales, se la interpreta de la manera más general posible tomándola en su sentido más amplio y exagerándola.
2.- Usar la homonimia para extender la afirmación enunciada a lo que puede comprenderse igualmente bajo el mismo nombre, pero que poco o nada tiene que ver con el asunto del que se está tratando.
3.- Tomar la afirmación que ha sido formulada en modo relativo como si lo hubiera sido en general, o por lo menos, entenderla bajo otro aspecto muy distinto al de su verdadera intención para seguidamente refutarla según este último.
4.- Cuando se quiere llegar a una conclusión, no hay que dejar que ésta se prevea, sino procurar que el adversario admita las premisas una a una y dispersas, sin que se dé cuenta durante el transcurso del diálogo.
5.- Pueden usarse premisas falsas para demostrar la propia tesis cuando el adversario no admita las verdaderas, es decir, o porque no reconozca su verdad, o porque ve que de ellas se seguiría como conclusión inmediata nuestra tesis.
6.- Se encubre una petición de principio postulando aquello que se debe demostrar: Usando otro nombre, por ejemplo, en vez de "honor", "buen nombre", dando por supuesto en general aquello que es muy discutible en un caso particular, etc.
7.- Cuando la discusión se dirige de manera algo formal y rigurosa y deseamos que se nos comprenda muy claramente, si hemos enunciado una afirmación y debemos probarla, procederemos preguntando al adversario para poder deducir de sus respuestas la verdad de nuestra afirmación. Este método fue sobre todo utilizado por los antiguos (se le llama también socrático).
8.- Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en cólera, pues obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente ni de aprovechar las propias ventajas.
9.- No establecer las preguntas en el orden requerido por la conclusión a la que se desea llegar con ellas, sino desordenadamente; el adversario no sabrá a dónde queremos ir a parar y no estará preparado para prevenir la conclusión.
10.- Si se advierte que el adversario niega intencionadamente aquellas preguntas cuyas respuestas afirmativas podrían ser utilizadas en beneficio de nuestra tesis, hay que preguntarle lo contrario de lo que debemos haciendo como si esto fuese lo requerido para defenderla; o por lo menos presentarle ambas opciones a elegir, de manera que no note cuál de las dos es la que se desea que afirme.
11.- Si hacemos una inducción y el adversario admite como válidos los casos particulares mediante los que se prueba, no debemos preguntarle si también admitirá la verdad general que puede concluirse de aquellos, sino que debemos introducirla a continuación como si se tratase de algo ya establecido y admitido anteriormente
12.- Si la conversación versa sobre un concepto general que carece de nombre propio y tiene que designarse mediante una similitud, enseguida hemos de elegir nosotros el símil, de manera tal que sea lo más ventajoso posible para nuestra afirmación.
13.- Para lograr que el adversario admita una tesis debemos presentarle su opuesta y darle a elegir una de las dos, pero teniendo la desfachatez de proclamar el contraste de forma estridente, de modo que, para no ser paradójico, tenga que decidirse por nuestra tesis que parecerá muy probable en comparación con la otra.
14.- Cuando el adversario ha respondido a varias preguntas sin favorecer la conclusión que teníamos pensada, se enuncia y se exclama ésta triunfalmente como si ya estuviera demostrada, aun sabiendo que no se sigue de las respuestas dadas por el adversario.
15.- Si nos encontramos en dificultades para demostrar nuestra tesis, presentamos al adversario otra tesis correcta, aunque no del todo evidente, para que la acepte o la refute como si de ello quisiéramos obtener la prueba.
16.- Con respecto a una afirmación del adversario, tenemos que buscar si de alguna manera no estará en contradicción -en caso necesario, por lo menos en apariencia- con alguna otra cosa que él haya dicho o admitido previamente, o con los principios de una escuela o secta que él haya alabado o aprobado.
17.- Si el adversario nos amenaza con una refutación, a menudo podremos salvarnos mediante una sutil diferencia en la que antes no habíamos reparado, si es que el asunto se presta a alguna que otra ambigüedad o permite su remisión a un doble caso.
18.- Si notamos que el adversario comienza una argumentación con la que va a derrotarnos, no tenemos que consentirle que siga adelante con ella; hay que impedirle a toda costa que la concluya, interrumpiendo o desviando a tiempo la trayectoria de la discusión al encaminarla hacia otras cuestiones.
19.- Si el adversario nos solicita explícitamente alegar algo en contra de algún punto concreto de su afirmación pero no tenemos nada adecuado, tomamos el asunto de manera general y argumentamos así en su contra.
20.- Cuando hayamos obtenido del adversario la concesión de una premisa que requeríamos, tenemos que deducir la conclusión deseada no con más preguntas, sino concluyéndola inmediatamente nosotros mismos.
21.- Si observamos que el adversario utiliza un argumento meramente aparente o sofístico podemos anularlo sencillamente atacando su capciosidad y apariencia, pero es mucho mejor presentarle otro argumento si cabe, de análoga apariencia para liquidarlo, pues lo que importa no es la verdad, sino la victoria.
22.- Si el adversario nos conmina a que admitamos algo de lo que inmediatamente se seguirá el problema que se debate en la discusión, nos negamos aduciendo que se trata de un posicionamiento sobre principios.
23.- La contradicción y la discordia motivan la exageración de la tesis. Contradiciendo al adversario podemos inducirlo a que lleve fuera de sus límites una afirmación que dentro de ellos hubiera podido ser verdadera.
24.- Uso abusivo de la deducción. De las tesis del adversario se infieren a la fuerza, mediante deducciones falsas y deformando los conceptos, tesis que no están allí contenidas y que de ningún modo corresponden a la opinión manifestada por él, sino que, en cambio, son absurdas o peligrosas.
25.- Buscar y presentar un único caso en el que el principio no sea válido para refutarlo.
26.- Dar la vuelta al argumento; cuando el argumento que el adversario quiere utilizar para su defensa puede ser utilizado mejor en su contra.
27.- Si inesperadamente el adversario se muestra irritado ante un argumento, debe utilizarse tal argumento con insistencia; no sólo porque sea el más indicado para irritarle, sino porque es de suponer que se ha tocado la parte más débil de su razonamiento.
28.- Esta estratagema está especialmente indicada para cuando discuten personas eruditas ante un público que no lo es. Si no se tiene ningún argumentum ad rem (sobre el asunto) y ni siquiera uno ad hominem (relacionado con el adversario), se intenta uno ad auditores (para el auditorio), esto es, se arguye una observación inválida, cuya invalidez sólo reconoce el experto.
29.- Si se advierte que vamos a ser vencidos, hacemos una diversión; es decir, comenzamos repentinamente a hablar de otra cosa totalmente distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y constituyese un nuevo argumento en contra del adversario.
30.- El argumento del respeto. En vez de razones se usan autoridades respetables elegidas a la medida de los conocimientos del adversario.
31.- Cuando no se tiene nada que oponer a las razones expuestas por el adversario, uno puede declararse fina e irónicamente incompetente.
32.- Una forma rápida de invalidar o, al menos, hacer sospechosa una afirmación del adversario que no nos conviene es subsumirla bajo una categoría aborrecible con la que pueda tener alguna semejanza, con la que se la relaciona sin más: por ejemplo "esto es maniqueísmo, esto es arrianismo…”. (Hoy sería nazismo, comunismo, etc.)
33.- Mediante el sofisma "Esto será verdad en la teoría, pero en la práctica es falso", se conceden las razones, pero se niegan las consecuencias.
34.- Si el adversario no da una respuesta precisa a una pregunta o a un argumento, o no toma posición concreta alguna al respecto, […], es signo evidente de que hemos tocado (a veces sin saberlo) uno de sus puntos débiles […] Urge, pues, mantenernos en el punto que hemos tocado sin soltarlo y más aún cuando no veamos en qué consiste la flaqueza con la que dimos.
35.- En vez de influir en el intelecto con razones, se influye en la voluntad por medio de motivos; de este modo, tanto el adversario como el auditorio, si es que posee los mismos intereses que aquél, se ganan al instante para nuestra opinión, aunque ésta provenga del manicomio. Y es que casi siempre tiene más peso una pizca de voluntad que un quintal de juicio y de persuasión.
36.- Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva locuacidad. Al escuchar palabras huecas, el auditorio cree que se trata de graves pensamientos.
37.- (Que debería ser una de las primeras) Cuando el adversario, llevando de hecho razón, ha tenido la mala suerte de elegir para su defensa una prueba inadecuada que podemos invalidar fácilmente, damos con eso todo el asunto refutado. (¡Te pillé!)
FINAL.- Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera.

Estas instrucciones o estratagemas són válidas para cualquier tertuliano, a excepción de Paco Marhuenda o Eduardo Inda, que no las necesitan.