¡Pobre, contento e independiente!: son posibles juntas; ¡pobre, contento y esclavo!: también esto es posible. Y no sabría decirles nada mejor a los obreros de la esclavitud fabril: suponiendo que no sientan como un oprobio cuanto sucede, el ser usados como tornillos de una máquina y al mismo tiempo como suple lagunas del arte humano de la invención. ¡Ay!, ¡creer que por un salario mayor puede superarse lo esencial de su miseria, quiero decir, su impersonal servidumbre! ¡Ay!, dejarse engatusar con que el aumento de esta impersonalidad podrá convertir en virtud la vergüenza de la esclavitud dentro del engranaje mecánico de una nueva sociedad! ¡Ay!, ¡tener un precio por el que se deja de ser persona para ser tornillo! ¿Vosotros sois los conjurados de la actual locura de las naciones que ante todo quieren producir el máximo posible y ser lo más ricas posible? Vuestra tarea sería presentarles la contrapartida: ¡qué cuantiosas sumas de valor interior se desperdician por una meta tan superficial! Mas ¿dónde está vuestro valor interior, si ya no sabéis lo que significa respirar libremente?, ¿no tenéis siquiera la fuerza suficiente?, ¿si con demasiada frecuencia estáis hartos de vosotros mismo como de una bebida rancia?, ¿si escucháis los dictados del periódico y miráis de soslayo al vecino rico, si os habéis vuelto lúbricos por el rápido ascender y caer de poder, dinero y opiniones?, ¿si ya no tenéis fe en la filosofía, vestida de harapos, en la magnanimidad de los no necesitados?, ¿si la pobreza, aprofesionalidad y celibato idílicos y voluntarios que deberían asistir a los más intelectuales de vosotros os provoca la carcajada? ¿O por el contrario, suena siempre en vuestros oídos el silbato de los flautistas socialistas que quieren estimular vuestro fervor con enajenadas esperanzas?, ¿que os ordenan estar preparados y nada más, preparados de la noche a la mañana, esperando y esperando a algo de fuera y viviendo por lo demás en vano, como por otro lado habéis vivido, hasta que ese esperar se troque en hambre y en sed y en fiebre y en locura, y finalmente despunte en toda su magnificencia el día de la bestia triumphans"? Contrariamente, cada cual debería pensar para sí: «Mejor emigrar, tratar de ser dueño en regiones salvajes y frescas del mundo y sobre todo dueño de mí mismo; cambiar la morada hasta que no me salude con la mano ningún signo de esclavitud; no eludir la aventura ni la guerra y conservar preparada la muerte para los avatares más graves; ¡nunca más esta indecorosa servidumbre, nunca más este agriarse y emponzoñarse y conjurarse!». Este sería el pensamiento justo: los trabajadores de Europa deberían declararse en adelante estamento para un imposible humano, y no solo, como sucede casi siempre, como un constructor duro e improcedente; deberían declarar en las colmenas europeas una gran época de enjambre como jamás se haya vivido, y mediante esa acción de libre asentamiento de grandes vuelos protestar contra
la máquina, contra el capital y contra la elección que se cierne sobre ellos de tener que convertirse en esclavos del Estado o esclavos de un partido de la revolución. ¡Ojalá Europa se alivie de la cuarta parte de sus habitantes! ¡A ella y a ellos se les aliviará el corazón! Solo en la lejanía, en las empresas de campañas enjambradoras de colonias se reconocerá cuánta buena razón y justicia, cuánta sana desconfianza ha imbuido la madre Europa en sus hijos —esos hijos que no pudieron aguantar más junto a ella, la abotargada vieja mujer—, y corrieron el peligro de hacerse gruñones, excitables y vividores como ella. Las virtudes de Europa emigrarán con estos trabajadores; y cuanto dentro de la patria comenzó a degenerar en peligroso desaliento e inclinación delictiva, ganará fuera una bella naturalidad y se llamará heroísmo. ¡Retorne definitivamente aire más puro a la vieja, superpoblada Europa, que se mira el ombligo! ¡Ojalá algún día haya carencia de «mano de obra»! Tal vez entonces se entenderá que solo nos hemos acostumbrado a muchas necesidades cuando era bien fácil satisfacerlas: ¡se desaprenderán algunas carencias! Tal vez también se haga entrar a los chinos: y estos  traerían el pensamiento y forma de vida que viene a propósito a las laboriosas hormigas. Sí, ellos podrían ayudar en conjunto a que florezca para la intranquila y desollada Europa algo de paz y consideración asiáticas y —lo que más se necesita de todo— de solidez asiática.


Aurora (1881), Friedrich Nietzsche  
traducción de Eduardo Knorr, Editorial Edaf