Al fin, la visualización: España no es un gobierno, ni un jefe de gobierno, ni un vertedero de la historia del que sólo cabe huir como sea. ¡Qué pronto añorarán muchos líderes independentistas a Mariano Rajoy!

–Cada vez que viajas a una ciudad española te parece todo estupendo...

Una amiga indepe me hizo semanas atrás este comentario. Tenía razón. Es una reacción inconsciente: soy de una tierra, Barcelona, donde llevamos años despreciando lo que sea España, la culpable de todo lo que aquí no funciona, una estrategia exitosa porque no hay trampa más sencilla en nuestras vidas que achacar limitaciones, fracasos y errores a los demás.

La imagen del nuevo Gobierno de España destruye el relato del país atrasado, otomano y franquista. La justicia (española) se ha cargado al gobierno del PP, curiosa demostración de que no hay separación de poderes y de que los jueces actúan al dictado del ejecutivo. Y no consta, hoy por hoy, que la salida del PP sea la de borrar sus siglas para desmarcarse de sus casos de corrupción...

–Eres un tío espléndido (o majo o simpático), no pareces catalán...

Lo he oído algunas veces. Es una muestra anecdótica de los tópicos, un tic universal que aquí también practicamos –“eres muy trabajador, no pareces andaluz”– y que en el mundo anglosajón tiene a los escoceses o australianos como víctimas. Yo creo que no hay para tanto.

La historia de España es la que es, en parte porque se cuenta desde el espíritu autocrítico, como mínimo desde 1898, con el paréntesis del primer franquismo. Patrimonializar la lucha contra la dictadura es otro fraude intelectual del soberanismo que se intenta transmitir, como, por ejemplo, el mantra de que Catalunya ha tenido ¡más de 130 presidentes! Más incluso que la mismísima democracia británica, decana del planeta...

España no es el PP. Aquí convenía la simplificación contraria para hacer creer que estábamos frente a una sociedad atrasada e imposible de entenderse salvo a garrotazos, el curioso método elegido por el interlocutor más débil (“íbamos de farol”, ha reconocido una voz autorizada del independentismo, pésima estrategia si no se tienen ases en la manga, como el apoyo de un solo Estado de la UE o el de la mitad de la propia población).

Una sociedad acogedora con la inmigración –dos grandes atentados y ni un solo partido islamófobo–, harta de la corrupción y practicante de un estilo de vida que hace la existencia agradable difícilmente es una mierda de país. Los españoles no son unos muertos de hambre que viven de nuestro sudor (es significativo que un personaje como Trump diga ahora: “El mundo nos roba”).

No verán una banderita española en mi casa. Pero ojalá el espíritu autocrítico de España se diese en cierta Catalunya, tan narcisista.


JOAQUIN LUNA
lavanguardia.com