La primera intención de la dominación espectacular era hacer desaparecer el conocimiento histórico en general y, desde luego, la práctica totalidad de las informaciones y los comentarios razonables sobre el pasado más reciente. Una evidencia tan flagrante no necesita ser explicada. El espectáculo organiza con destreza la ignorancia de lo que sucede e, inmediatamente después, el olvido de lo que, a pesar de todo, ha llegado a conocerse. Lo más importante es lo más oculto.
Después de veinte años no hay nada que haya sido recubierto con tantas mentiras como la historia de mayo de 1968. Sin embargo, se han extraído lecciones muy útiles de algunos estudios sin sombra de mistificación sobre esas jornadas y sus orígenes, pero son secreto de Estado.
En Francia, hace ya una decena de años, un presidente de la República, olvidado después pero que planeaba entonces sobre el espectáculo expresaba ingenuamente la alegría que sentía "sabiendo que, en adelante, viviremos en un mundo sin memoria donde, como en la superficie del agua, la imagen hace desaparecer indefinidamente la imagen". Resulta efectivamente cómodo para quien está en el tema; y sabe mantenerse en él. 
El fin de la historia es un placentero reposo para todo poder presente. Le garantiza absolutamente el éxito del conjunto de sus iniciativas, o al menos la repercusión del éxito.
Un poder absoluto suprime más o menos radicalmente la historia según que para hacerlo tenga intereses u obligaciones más o menos imperiosas y, sobre todo, en función de las facilidades prácticas de ejecución. Ts’in Che Hoang Ti hizo quemar libros pero no consiguió hacerlos desaparecer todos. Stalin llevó más lejos la realización de un proyecto semejante en nuestro siglo pero, a pesar de las complicidades de todo tipo que pudo encontrar fuera de las fronteras de su imperio, quedaba una amplia zona del mundo inaccesible a su policía donde se reían de sus imposturas. Lo espectacular integrado lo ha hecho mejor que ellos, con nuevos procedimientos y operando, esta vez, a nivel mundial. Ya no está permitido reírse de la ineptitud, que en todas partes se hace respetar; en cualquier caso se ha hecho imposible revelar que es objeto de risa.
El terreno de la historia era lo memorable, la totalidad de acontecimientos cuyas consecuencias habrían de manifestarse durante mucho tiempo. Era asimismo el conocimiento duradero y capaz de ayudar a comprender, al menos parcialmente, lo que iba a suceder: "una adquisición para siempre", dijo Tucídides. Por eso, la historia era la medida de una novedad verdadera; y a aquél que vende la novedad le interesa hacer desaparecer el medio de medirla. Cuando lo importante se reconoce socialmente como lo que es instantáneo y lo será aún en el instante siguiente y al otro y al otro, y que siempre reemplazará otra importancia instantánea, puede decirse que el medio empleado garantiza una especie de eternidad de esa no-importancia que grita tanto.
La valiosa ventaja que el espectáculo ha obtenido de este colocar fuera de la ley a la historia, de haber condenado a toda la historia reciente a pasar a la clandestinidad y de haber hecho olvidar, en general, el espíritu histórico en la sociedad, es, en primer lugar, ocultar su propia historia: el movimiento de su reciente conquista del mundo.
Su poder nos parece ya familiar, como si hubiera estado ahí desde siempre. Todos los usurpadores han querido hacer olvidar que acaban de llegar. Guy Debord - la sociedad del espectáculo