Las “sociedades frías” son aquellas que han frenado al extremo su parte de historia; que han mantenido en un equilibrio constante su oposición al entorno natural y humano, así como sus oposiciones internas. Si la extrema diversidad de las instituciones establecidas con este fin da testimonio de la plasticidad de la autocreación de la naturaleza humana, este testimonio no aparece evidentemente más que para el observador exterior, para el etnólogo revenido del tiempo histórico. En cada una de estas sociedades, una estructuración definitiva ha excluido el cambio. El conformismo absoluto de las prácticas sociales existentes, con las que se encuentran para siempre identificadas las posibilidades humanas, no tiene otro límite exterior que el temor de recaer en la animalidad sin forma. Aquí, para permanecer en lo humano, los hombres deben seguir siendo los mismos. 

Las sociedades llamadas primitivas se encuentran, sin duda alguna, en la historia, su pasado es tan antiguo como el nuestro puesto que se remonta a los orígenes de la especie. En el transcurso de los milenios han sufrido toda clase de transformaciones; han atravesado períodos de crisis y prosperidad; han conocido las guerras, las migraciones y la aventura. Estas sociedades han elaborado o retenido una sabiduría particular, que las incita a resistir desesperadamente toda modificación de sus estructuras, han protegido mejor sus caracteres distintivos hasta una época reciente, ya que se nos aparecen como sociedades inspiradas por el cuidado de preservar su ser. La manera en que se explota el medio ambiente garantiza a la vez un nivel de vida modesto y la protección de los recursos naturales. 

Más allá de su diversidad, las reglas matrimoniales que aplican presentan un rasgo común: limitar al extremo y mantener constante la tasa de fecundidad. La vida política, en fin, fundada en el consentimiento, no admite otras decisiones que no sean aquellas adoptadas por unanimidad, y parece concebida para excluir el empleo de ese motor de la vida colectiva que utiliza las distancias entre poder y oposición, mayoría y minoría, explotadores y explotados. 
Estas sociedades, que podríamos llamar ‘frías’ que ignoran deliberadamente su pasado histórico pues prefieren repetirlo, se distinguen, por su reducido efectivo demográfico y su modo mecánico de funcionamiento, de las sociedades ‘calientes’ aparecidas en diversos puntos del mundo tras la revolución neolítica, y donde se estimulan sin tregua las diferenciaciones entre castas y entre clases, para extraer de allí el devenir y la energía. Estas sociedades calientes funcionan sobre principios termodinámicos como las máquinas de vapor. Producen mucho trabajo pero consumen mucha energía; son grandes productoras de calor y de desorden; necesitan un fuerte diferencial social, una organización cada vez más compleja, una ley, una jerarquía, y también un instrumento de poder temible: la escritura. - Claude Lévi-Strauss